LA HABANA, Cuba. – “¿Dónde están dando la chequera?”, y la respuesta a cualquiera que pregunte será: “doble por Rodríguez y donde está la molotera, ahí mismo es”. Esas son las indicaciones de los vecinos para llegar a la filial del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, situada entre Manuel Pruna y Juan Alonso, en un rincón de Luyanó, donde no solo se hace cola para hacer los trámites de pensiones, sino que también cuesta trabajo llegar, más si se anda con bastón, andador o silla de ruedas.
El aumento de las ayudas por edad beneficiará a muchos, pero la tercera edad en Cuba sigue oliendo a miseria y a mendicidad.
Iván cuenta que hace menos de una semana fue a acompañar a su padre, de 90 años, y había unos 68 ancianos, “todos cogiendo sol porque no cabían en el portalito”. En esa ocasión, la oficina cerraba a las 12 del mediodía y, aunque del primer al 14 de agosto se extendieron los horarios hasta las siete de la noche, Iván cree que no hay estructuras para “facilitar las cosas”. Y habla de su caso.
“Nosotros sacamos la tarjeta magnética y para usarla, aunque se supone que el Banco tenga toda la autoridad, tuvimos que regresar a la oficina para que nos apuntaran en un papelito y nos autorizaran usarla”. Allí mismo le sugirieron que, ante un notario, “hiciera un poder para que, en caso de cualquier gestión o de que se desmagnetizara la tarjeta, la hiciera sin necesidad de llevar a papi tan lejos”.
Otras personas han logrado hacer los trámites de las pensiones en el mismo banco con una declaración del anciano y una firma autorizada; sin embargo, “en todos los municipios no funcionan igual, y lo que debiera estar unificado, es tremendo reguero”, denuncia Iván.
En Diez de Octubre hay quien renuncia a la cola porque “45 pesos no es pa tanto, regreso más tarde que dicen que sobre las tres no hay casi nadie”.
Una señora casi se desmaya y alguien pide solidaridad, “atiéndanla antes”, pero el nivel de indolencia es grande, “aquí todos estamos por lo mismo, échale aire y se le pasa”; sale una funcionaria y dice: “esto es normal, aquí siempre se hace cola, no suban nada a Internet”, dice una la mujer mientras se dirige a otra que sacó el teléfono y como no está familiarizada con la tecnología se demora tirando la foto.
La funcionaria dice que ella misma no pertenece a esa oficina y que la han llamado para que “apoye por estos días”.
El incremento de las pensiones ha llenado de esperanzas a los más optimistas, pero para los que no tienen quien los apoye, los que su pensión es el único dinero que les entra porque se quedaron solos al final de la vida y no les favorece ninguna política pública. “Para cómo está la vida, 45 pesos no es mucho”, dice un anciano de 75 años que hace la cola “no tan larga” de la oficina municipal de Centro Habana, ubicada en la calle Águila, preocupado más por los precios que por el aumento.
“Espero que cuando salga de aquí el plátano macho, que está a tres pesos cada uno, haya bajado para que me de la cuenta comprarlo”, dice con cierta amargura. El hombre habla también del aguacate, que “no ha bajado de los 10 pesos como otros años”, o del tomate, “que está perdido” y que, cuando aparezca, “va a llegar encendido”.
En ese mismo grupo de preocupaciones incluye la carne de puerco, que “se está volviendo un San Benito comprarse un pedacito y entretenerse”. Habla también de otras tantas dificultades. “Es que yo soy un viejo equivocado y no me gusta la comida de los comedores esos de viejos”, dice, refiriéndose al sistema de atención a la familia que ofrece desayuno y almuerzo para los ancianos del barrio que han sido beneficiados.
“No es que cualquiera pueda entrar allí, hay que hacer tremendo papeleo también y demostrar que te hace falta de verdad y yo, por suerte, no estoy tan viejo”, explica el hombre.
Aún para los optimistas, el aumento de las pensiones no puede ser la única estrategia que se plantee el gobierno ante una población cada vez más envejecida entre las que crece de manera vertiginosa el desamparo, la locura y la mendicidad.
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