LA HABANA, Cuba – A muchos que vieron por televisión el sábado 1ro de marzo el acto en la escalinata de la universidad habanera por los espías presos en Estados Unidos, se les escapó que cuando Fernando González mencionó a Fidel Castro, el publico aplaudió solo durante tres segundos. En cambio, cuando la multitud se vio en la gran pantalla del escenario, muchos se pusieron tan contentos, que levantaban los brazos para que sus familiares los pudieran divisar bien.
Si esto ocurre sin haber muerto Fidel, no queramos imaginar el tiempo de ovación espontánea que le dedicarán las masas cuando hayan pasado dos o tres años de su muerte y en vez de recordarlo como el gran revolucionario fallecido, comiencen a aparecer esos jóvenes avispados analizando fusilamientos inútiles, presos políticos con treinta años en prisión, fracasos económicos, violaciones a los Derechos Humanos, grandes repetidas meteduras de pata del Comandante Invicto y su odio enfermizo contra Estados Unidos.
Hace apenas unos días, graves acciones de peloteros cubanos demostraron fehacientemente cómo la violencia y la agresividad vienen corroyendo el deporte cubano y, dicho sea de paso, a la sociedad en su conjunto.
Las autoridades de La Dirección Nacional de Béisbol han apelado a los manuales de la psicología del deporte, en busca de una explicación que ayude a comprender mejor las tristes escenas que han afectado la imagen del deporte cubano.
Pero las causas las tienen bien cerca y no las ven, o no las quieren ver. Hacer ahora un llamado a la cordura, algo que se ha convertido en un problema social, no es fácil. Una dictadura de corte totalitario como la de Cuba, no puede sobrevivir durante medio siglo sin una gran dosis de violencia.
Muy cerca está la historia del atleta de taekwondo Angel Valodia Matos y la reacción de Fidel Castro, cuando las autoridades deportivas de Cuba suspendieron al deportista por patear el rostro del árbitro sueco Chekir Chekbat durante la competencia olímpica de 2008, en China, al decretar el árbitro el fin del desafío en el segundo acto.
Desde su madriguera en Punto Cero, el dictador cubano, al ver en las pantallas de su televisor que el atleta había quedado descalificado de por vida, montó en cólera, le dio una de sus clásicas perretas y se solidarizó con Angel Valodia: ¨Para nuestro atleta de taekwondo y su entrenador, nuestra total solidaridad¨, expresó en su prensa nacional.
Para nada le importaba que el árbitro fuera hospitalizado al requerir de una operación en la cara y que las autoridades cubanas ya hubieran tomado una decisión irrevocable contra Angel Valodia.
Para Fidel Castro, aquella agresión, que impactó al mundo, estaba justificada según él: ¨…el atleta no pudo contenerse, porque habían querido comprarlo¨.
Así se divulgó al día siguiente en el programa Mesa Redonda, de la televisión cubana y en el noticiero de aquella noche.
Este no es el único caso de agresión grave ocurrida en el deporte cubano, ni es la primera vez que a Fidel le da una de sus famosas perretas frente a competencias mundiales, cuando su Revolución pierde medallas deportivas.
Estamos, es evidente, ante el mal ejemplo de un gobernante que ha hecho mucho daño, no sólo al deporte nacional, sino a toda la población, acusada ahora por su hermano, el dictador sucesor, de cometer graves indisciplinas sociales que atentan contra el éxito de su nuevo modelo económico.
La violencia genera violencia y lo que vemos hoy es el resultado de medio siglo de violencia castrista contra nuestro pueblo. Lo explicó con claridad Octavio Paz, quien dijo: ¨Las revoluciones son fenómenos traumáticos que comienzan con una promesa, se disipan en violenta agitación y se congelan en sangrientas dictaduras.¨