MIAMI, Florida, febrero, 173.203.82.38 -La casa natal del poeta José María Heredia ha sido restaurada. El inmueble, reliquia colonial de Santiago de Cuba y orgullo del patrimonio nacional, será reabierto prontamente al público. La noticia difundida por la prensa cubana, se produce en un momento singular, en el que se repiten los hechos que dieron triste connotación a la vida del bardo y patriota.
La vida y la obra del Cantor del Niágara no han ocupado un lugar destacado en los programas de estudio vigentes en Cuba. Los estudiantes apenas conocen el poema cuyas estrofas quedaron fundidas en una placa cercana a las famosas cataratas.
José María Heredia, nacido el 31 de diciembre de 1803 en la calle que hoy lleva su nombre, murió en el destierro amargo por sus ideas libertarias. Por ello tuvo que pagar el precio de añoranzas, la separación de los seres queridos, la injusta impedimenta del regreso y las humillantes concesiones del poder despótico, experiencias comunes vividas por generaciones de cubanos que sufren situaciones similares a las que padeció Heredia en la época colonial. Su fuga hacia Estados Unidos tras descubrirse la conspiración Rayos y Soles de Bolívar, la ausencia obligada, el deseo del regreso y todo lo que entrañó ese anhelo, constituyen pasajes premonitorios de una actualidad saturada de escapes, exilios y destierros.
“La grave enfermedad de su madre le hizo escribir una carta en abril de 1836 al Capitán General de la Isla de Cuba don Miguel Tacón, en la que se retractaba de sus ideales revolucionarios, pues sabía que sólo así recibiría el permiso para regresar del exilio. Concedida la autorización llegó a La Habana en noviembre de ese año, pero sus antiguos amigos desaprobaron su actitud y rehuyeron su compañía.” La reseña biográfica, publicada en la versión digital de la revista cubana Somos Jóvenes, se refiere de manera incompleta a este episodio cimero en el drama de Heredia.
Los acontecimientos de México, país donde se radicó definitivamente el poeta exiliado, terminaron por sembrar la duda sobre cuanto había creído y adorado. Los últimos siete años de su vida estuvieron marcados por el tirano que se revelaba en Santa Ana. Sobre su distanciamiento del presidente escribe a su madre: “Desde sus atentados en 1834 nos hemos extrañado el uno del otro y si se acuerda de mí es para aborréceme, sólo porque no apruebo sus yerros y felonías, como la turba de parásitos que lo rodea.”
Al desaliento se une el creciente deseo de volver a la Isla. Bajo los auspicios de amnistía general decretada por la Reina Cristina, hace un primer pedido. El segundo se materializó el 1º de abril de 1836 en una carta dirigida al Capitán General de la Isla, Miguel Tacón, donde expresaba que era preferible la situación de Cuba, colonia militar española, pero tranquila y próspera, en comparación a lo que acontecía en el país azteca y otras partes de América. “Las calamidades y miserias que está padeciendo México hacen ver el crimen en cualquier tentativa para trasladar a Cuba los males que afloran por el continente americano.” Es la misma situación que provoca la exhortación de Félix Varela sobre una Cuba que se mantuviera políticamente insular, una vez alcanzada la independencia.
Tacón fue mezquino en su crueldad y concedió dos meses de estancia a Heredia, con la condición del reembarque una vez concluido ese plazo. A su regreso encuentra una situación empeorada y la pérdida de su puesto en la Audiencia porque la nueva constitución privaba de esa facultad a los no nacidos en el país, aún cuando tuviesen la ciudadanía, como era el caso de Heredia. El 7 de mayo de 1839 muere de tuberculosis en Ciudad México.
Ciento setenta años después la historia de Heredia se nos hace muy cercana en analogías. Cuba no es una colonia. Tampoco hay capitanes generales. Pero el despotismo partidista y las órdenes del Comandante recrean el ambiente. La protesta de un joven en Suiza por negársele la entrada, las razones burocráticas que imposibilitaron a un emigrado de Miami asistir al sepelio de su padre o la tragedia del opositor Adrián Leiva, repiten la tragedia del poeta en nuestro tiempo.
Mucho se habla en estos días sobre la barrera impuesta a los cubanos que quieren salir de manera temporal o definitiva de su país y que deben esperar por la llamada tarjeta blanca. Hasta Mariela Castro ha manifestado su acuerdo en que levante la restricción impuesta a las salidas. Pero según revelaciones de Wikileak, el actual gobernante cubano Raúl Castro, negó la posibilidad de anular dicha medida, entre otras razones para evitar salidas masivas hacia México. De la supresión de los permisos de entrada que funcionan a manera de visas para los emigrados cubanos, poco o nada se dice. Precisamente en la Isla se lanzó un proyecto ciudadano que lleva por nombre Heredia, pidiendo el levantamiento de las medidas que impiden la reunificación de la familia cubana en ambas direcciones.
¡Tierra! Claman ansiosos
El confín del lejano horizonte
Y a lo lejos descúbrese un monte…
Le conozco…Ojos tristes, llorad!
Es el Pan…En su falda respiran
El amigo más fino y constante.
Mis amigas preciosas, mi amante…
Que tesoros de amor tengo allí!
Y más lejos mis dulces hermanas,
Y mi madre, mi madre adorada,
De silencio y dolores cercada
Se consume gimiendo por mí
La realidad que describe El Himno del desterrado, bello poema que inspiró a Heredia el paso cercano por costas matanceras, continúa repitiéndose en miles de historias personales. Cuantos, como él, han muerto en tierras acogedoras pero ajenas, sin la posibilidad de ver por vez postrera la que les vio nacer. Recuperar y mantener la memoria de Heredia en objetos materiales, como su casa, es un hecho positivo. Pero la reconstrucción del sitio, al que en definitiva nunca pudo volver, debería complementarse con la eliminación de los actos injustos que desangran el corazón de tantos cubanos exiliados, tal como ocurriera a José María Heredia. Sería el mejor homenaje.