LA HABANA, Cuba, 11 de abril de 2013, David Canela/173.203.82.38 –El domingo pasado fueron entregados en la Cinemateca de Cuba los premios de la Decimosegunda Muestra Joven ICAIC, que se realizó entre el 2 y el 7 de abril de este año, en las salas Chaplin, Charlot, Titón, el cine 23 y 12, y el centro cultural Fresa y Chocolate. El evento, auspiciado por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), se organiza anualmente con el fin de exhibir y promover los filmes de jóvenes artistas cubanos, cuya edad no rebase los 35 años.
En esta edición fueron encumbradas las obras Melaza, de Carlos Lechuga (Premio Especial del Jurado, Mejor Fotografía y Mejor Actuación Masculina), Nani y Tati, de Adolfo Mena Cejas (Mejor Ficción y Mejor Diseño de Banda Sonora), Digna Guerra, de Marcel Beltrán (Mejor Documental, Mejor Dirección y Mejor Edición), Afuera, de Vanessa Portieles y Yanelvis González (Mejor Guión, Mejor Producción y Mejor Dirección de Arte), Iris (Mejor Actuación Femenina) y Oslo (Música Original).
Cine inmaduro
En la gala de clausura de este festival se proyectaron los filmes que ganaron en las principales categorías: Animación, Ficción y Documental, por ese orden. Más que decepcionante, la elección de esos premios fue indescifrable, casi irónica.
Creo que el jurado de la Muestra no le hizo ningún favor al prestigio de este concurso al haber seleccionado a La Madre, Nani y Tati, y Digna Guerra. Los tres audiovisuales carecían de una historia sólida, eran inverosímiles o aburridos. Tal vez haya sido por la forma, ya que en las bases del concurso se declara que se “favorecerá la selección de aquellos filmes que se arriesguen en la búsqueda de nuevos lenguajes”.
Sin embargo, percibo aquí un aliento de censura (al priorizar más la forma que el contenido), y un guiño a la vanidad. Por favor, a estas alturas de la postmodernidad, después de Buñuel, Warhol y Lynch, ¿qué nuevos lenguajes encontrarán estos jóvenes? Lo que deben hacer es arriesgarse a contar nuevas historias, otras historias, que salgan de los clichés, sean interesantes, humanas, y de ser posible, no evadan los problemas de la sociedad cubana. ¿Cómo pueden los jóvenes lanzarse a una “experimentación” en el arte, y devenir “originales”, cuando apenas han experimentado la diversidad, la llenura y los matices de la vida, y dudosamente han llegado al origen de su personalidad, y a las raíces de los problemas sociales?
La Madre no pudo atreverse a contar la miseria de una jinetera cubana, con dos niños que alimentar. Nani y Tati tampoco se atrevió a contar la alienación de dos jóvenes campesinas, que siendo pobres e incapacitadas, viven inexplicablemente sin levantarse de una cama. La escena se diluye en amagos grotescos, y el final se resuelve de manera absurda. En cuanto a Digna Guerra, parecía interminable, con un tempo que debió imitar al de Tarkovski. Tenía secuencias irrelevantes, una cronología difusa, y un ambiente surrealista. Para colmo, no se aprovechó la banda sonora, que debió haber desbordado de temas musicales, sobre todo los que han obtenido premios bajo la guía de esta jefa coral. En su lugar, había silencios, dilaciones y frialdad. Al empezar el documental, ocurrió una misteriosa fuga. Poco a poco, se formaron islas más grandes entre los asientos. Y cuando terminó, el cine estaba casi vacío.
Los cineastas de hoy, que formaron su gusto estético en los desolados años 90, necesitan no sólo de financiamiento, sino también de maduración, al igual que las instituciones culturales, que han de guiar el talento, no adularlo. A veces, declarar un premio desierto puede ser el recordatorio de la calidad que se espera lograr, y aún no se ha alcanzado.
Los jóvenes, ante todo, deben procurar elegir buenas historias. Después, que se preocupen de cómo contarlas, o de seguir un canon. Si es una historia triste, o alegre, no importa. Las buenas historias son las que nos hacen olvidarnos de nosotros mismos, o que tal vez nos recuerdan demasiado lo que somos, y dónde estamos. Si es una historia peliaguda, el reto mayor será no caer en efectismos, simplificaciones, y lugares comunes, y tal vez, hasta se deba jugar con la desnudez y los dobleces de la puesta en escena, a fin de burlar la censura –aunque para eso los personajes tengan que ser mudos, como prefirió Fernando Pérez en Suite Habana.