LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Desde el mes de julio, y prorrogada hasta octubre, se ha exhibido en la galería Collage Habana (junto a una de las esquinas de Consulado y San Rafael, en Centro Habana) la exposición colectiva “Escucha el silencio”, que agrupa las obras plásticas de once artistas jóvenes.
La muestra, concebida sin unidad temática y como una selección heterogénea de los imaginarios de los jóvenes creadores, incluye pinturas, grabados, fotos, y un video-arte. Pero destacan más las piezas escultóricas, en especial las tituladas “Proyecto Honor”, de Wilber Aguilera, y “Encuentro”, de Lorente-Castro-Lorente.
En “Proyecto Honor”, un enorme Voltus V de cartón está arrodillado. El famoso robot japonés, que una vez salvó a la Tierra de ser esclavizada por un imperio extraterrestre, al parecer no pudo salvar los sueños de los niños cubanos de los años 70 y 80. Por eso, habiendo perdido el honor, quiso expiar su fracaso, y realizó seppuku, atravesándose con la espada.
Cerca del acto ritual, en un rincón de vaga luz ambarina, se enfrentan dos estatuas, una de Fidel Castro y otra de Martí. No son de cera. La ropa es genuina. Lorente-Castro-Lorente nos ha convocado a la cita. Ambas figuras tienen su “Encuentro” sobre una alfombra roja. Los dos se miran, los dos se esperan, ninguno avanza; los dos tienen las manos cruzadas a la espalda y el porte severo. Están callados.
Al fondo de la galería, se ve la estrella fugaz que iba a cumplir nuestros anhelos, pero no llegó a su destino. Lázaro Navarrete la encontró y nos la trajo. Había caído de punta. Debió ser baleada en su viaje por el cielo –lo que sugiere un pequeño orificio. No se cumplió la “Profecía”, la promesa de que seríamos felices aquí. O tal vez esa estrella digna, independiente y solitaria, fue desprendida del triángulo de alguna bandera.
Raúl Camacho ha visto a un “Lunático” aterrizar en la Luna. Nos cuenta que el astronauta ha colocado una bandera cubana, quizás pretenda colonizar el astro. Nos pinta su visión, acromática. Pero esa imagen, en blanco sobre blanco (como la famosa serie de Kazimir Malévich), ¿será un espejismo de Camacho, que atisba un futuro de grandes avances en la ciencia, sobre todo después que Arnaldo Tamayo demostró que los cubanos sí podíamos? ¿O será que la nación cubana, como ya no tiene nuevos rincones de la Tierra a donde emigrar, prefiere viajar, incluso a la Luna?
Y aquella pareja elegante, que comparte con su amigo Jorge (R10), tomando unos tragos en un balcón neoclásico, desde el cual se divisan los edificios de Alamar, debe estar feliz. ¿Pero habrá tomado Jorge mucho alcohol, o estará soñando? ¿Qué es lo que ve: una pareja de enamorados, que dice que tienen un romance después del apocalipsis, “A post-apocalyptic affair”? Pues él lo único que ve son edificios de microbrigrada. Parece que Jorge no entiende bien el inglés. ¿Pero cuándo fue el apocalipsis? ¿Y por qué visten con ropas de hace más de 50 años? Quizás retornen las costumbres y modas del pasado: el idilio de una burguesía, renacida tras el caos.
¿Y por qué Rigoberto Díaz le tapará los ojos a las cariátides del Centro Hispanoamericano de Cultura (antiguo Centro Cultural de España), que está en el Malecón habanero? ¿Será éste el juego de la sorpresa, para cuando estén listas, se bajen la venda, y puedan ver al fin el regalo de una tierra cuya visión les ha sido diferida? ¿O será una censura, para que no vean lo que hay del otro lado de la orilla, a esos vecinos del Norte, y así se libren de las malas influencias?
Hay demasiadas preguntas y dudas acumuladas. Será mejor que hablen los mayores, los padres de la nación. Sería mejor escucharlos. Sin embargo, hay algunos escépticos: el lunático, la pareja elegante que habla inglés, Voltus V, e incluso las cariátides, que sólo pueden escuchar. Todos esperan que Fidel y Martí comiencen a hablar. Pero antes, se oyen rumores de voces, y soplos de curiosidad.
“¿Qué podrá decirle un amante de la poesía, la pintura, y la naturaleza, a un admirador de Alejandro Magno, Napoleón y Hitler? ¿Qué podrá decirle ese periodista, que recaudando miles de dólares para sufragar la expedición de la Fernandina, no era capaz de tomar unas monedas para ir a pelarse con “el buen Pedro”, a un multimillonario, que ha convertido el erario nacional en su bolsillo privado? ¿Qué podrá decirle ese poeta, un escritor, al que pronunció el discurso conocido como “Palabras a los intelectuales”? ¿Qué podrá decirle ese profesor de segunda enseñanza a quien ha hecho emigrar a tantos jóvenes? ¿Qué podrá decir ese hombre que lleva un anillo hecho de la cadena de sus antiguos grilletes, con el nombre grabado de Cuba, a quien hizo de la Patria un pedestal ruinoso, sobre el cual poner el ara de su imagen triunfal?”
“¿Acaso fue en mi nombre –le dice José Martí a Fidel Castro–, que enviaste a decenas de hombres a asaltar un cuartel militar y a morir por tu idea, mientras tú hacías abortar el combate, no entrabas a la fortaleza, y te retirabas a salvo? En cambio yo, un amante de las artes y las letras, sin preparación militar, por vergüenza, y por ejemplo, desobedeciendo la orden de mi colega Máximo Gómez, me lancé a mi primer y último combate”.
“¿Que tú también arriesgaste tu vida en una guerra?, lo sé, como también la arriesgan los piratas y los mercenarios, para quedarse al final, si sobreviven a la aventura, con todo el botín –en este caso, un país entero. Los dos estudiamos leyes, pero dime, ¿qué derechos defendiste tú, qué justicia balanceaste, cuál honradez defendiste, de cuántos la libertad curaste? ¿Cómo hiciste una Patria con todos, y para el bien de todos, cuando llamabas a tus opositores “gusanos”, y a los que no enviaste a la cárcel, o a la fosa, los arrojaste al exilio”?
“Yo renuncié al hogar de una familia, al cariño de una madre, y a mi carrera de periodista y diplomático –pues era cónsul de Uruguay, Argentina y Paraguay–, para ir a luchar por la libertad de Cuba. Pero tú renunciaste a ser el abogado de tu padre, para ser el juez supremo de un país; renunciaste a ser un teniente de la tierra, para ser el Comandante de un pueblo declinado en ejército; renunciaste a ser el líder de una revolución “sin odio”, para ser el soberano de un Estado, un caudillo de la izquierda mundial”.
Y mientras se escucha en el silencio este diálogo, Voltus V, el héroe de nuestra infancia, se quita la vida, avergonzado.