LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -A lo largo de todas las calles principales de La Habana, los almendrones compiten por recoger a cada persona que les tiende la mano. Por vez primera, no son los pasajeros quienes buscan ansiosamente el transporte, sino al revés. Es la más notable novedad que nos trajo el trabajo por cuenta propia. Un hecho absolutamente inédito, insospechable incluso, en una ciudad en la que durante medio siglo las autoridades del régimen no consiguieron nunca, ni por un solo día, que sus ofertas del transporte público cubrieran la creciente y desesperada demanda.
El dato, además de ridiculizar, descalificándola de un solo tajo, la estatización de corte totalitario que nos impuso Fidel Castro, representa un bochornoso desenmascaramiento para sus herederos del trono, que aún hoy insisten en timarnos con el cuento chino de eso a lo que llaman la actualización del modelo.
En la Isla subsisten unos 80 mil almendrones, o sea, vehículos estadounidenses fabricados entre 1920 y antes de 1959. De ellos, por lo menos 10 mil se dedican ahora al transporte público en las calles habaneras. Entre las 400 mil licencias (aproximadamente) que el régimen ha extendido a trabajadores por cuenta propia, casi 15 por ciento está en manos de transportistas de pasajeros, concentrados fundamentalmente en la capital. Sólo entre 2010 y 2012, el número de choferes de este tipo de taxis ascendió de 2 mil a 9 mil.
Los almendrones menos viejos acumulan más de 50 años de kilometraje, mientras los más antiguos están ya próximos a cumplir 100. En la época (duró varios decenios) en que los recursos económicos y las subvenciones de toda índole llegaban por tuberías desde la URSS, la mayor parte de estos vehículos estuvo condenada a la paralización y a la inutilidad, por falta de piezas. Poco faltó para que perecieran, aniquilados por el óxido y otros deterioros. Sin embargo, bastaría con que, en 2009, el régimen reactivara, aunque en forma mediatizada, la autorización del cuentapropismo que había decretado 9 años antes, para que el ingenio y la iniciativa privada rescatasen al Fénix desde sus cenizas.
La inmensa mayoría de los actuales taxis almendrones rueda con motores y piezas de autos más modernos, acondicionadas por mecánicos o inventadas por torneros privados que se han convertido en verdaderos artífices de la adaptación automotriz. Es un capítulo de esta historia cuyos pormenores (asombrosos) esperan aún por la crónica que les haga justicia. Sin el concurso de tales mecánicos y torneros, no sólo sería imposible que los almendrones continuaran rodando con la capacidad técnica imprescindible. También resultaría incosteable su explotación, puesto que los motores de petróleo, hoy adaptados en sustitución de las viejas máquinas de gasolina, posibilitan que sus dueños armonicen los gastos (en combustible) con las ganancias por el servicio.
El régimen, dada su condición de parásito, a la caza siempre del provecho que pueda obtener del esfuerzo ajeno, ha descubierto un gran filón en esto de la adecuación de motores de gasoil a los almendrones. Así que a través de una de sus empresas, llamada Multimarcas, se dio a vender a los particulares, a precios que oscilan entre 4 mil y 7 mil dólares, motores de marcas fácilmente adaptables.
Con todo, esa abusiva felonía, al igual que otras tantas, presentes en los altos impuestos, el abusivo precio del combustible, o el acoso permanente de inspectores y policías corruptos, no han logrado aminorar el éxito y la popularidad de los taxistas de almendrones. Por estos días, además, les amenazan con la apertura de cooperativas de taxis que van a operar, claro, con vehículos estatales y con todos los privilegios competitivos que puedan otorgarles para que intenten, inútilmente, demostrar la factibilidad de su nuevo modelo.
Recursos no podrían faltarles a los cooperativistas, al menos al principio. De hecho, en La Habana abundan los almacenes –como el que poseen en el reparto Siboney-, abarrotados con miles de autos modernos que han permanecido inactivos por años, expuestos a la intemperie, a la espera de un fin más útil.
De cualquier modo, haga lo que haga, ya está visto que el régimen no tiene lo que tenía que tener para dar soluciones satisfactorias, y mucho menos duraderas, no digamos en el complejo tema de la transportación pública, ni siquiera en otros más sencillos. Así que aun cuando los precios del servicio de almendrones resulten excesivos para las posibilidades de la gente de a pie, y aun cuando, conscientes de tal desventaja, sus dueños se vean imposibilitados de bajarlos, el auge de esta variante permanece en la cresta de la ola del cuentapropismo.
No en balde ahora todos en La Habana quieren tener un almendrón. Algunos locos han llegado a vender sus casas con tal de hacerse de los 17 o 18 mil cuc imprescindibles para comprar uno en buenas condiciones técnicas. Otros claman por la ayuda de sus parientes desde Miami. Y otros más, desde la otra orilla, ensayan, con la compra de tres o cuatro almendrones, su penetración como empresarios en el mercado cubano. Mientras, los más viejos y afortunados entre nuestra gente, invierten sus ahorros con tal de asegurarles el futuro próximo a los hijos, sobrinos, nietos… E incluso hasta los niños, en vez de querer ser como el Che, sueñan ya con rodar un almendrón cuando sean mayores.
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