LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org.- Por supuesto que, si de afinidades se trata, autoridades cubanas se hallan muy identificadas con el régimen de Corea del Norte. Al margen de ciertas particularidades que hemos observado en Pyongyang, como la enigmática Idea Zuche y un irracional culto a la personalidad, son muchas las características afines a ambas sociedades: gobiernos regidos por la ideología marxista-leninista, represión a opositores, existencia de partido único, dinastía en el poder, centralización económica, entre otras. En cambio, las aproximaciones de Cuba a Corea del Sur, durante toda la etapa castrista, han sido casi nulas.
Pero hay indicios de que la situación podría ir cambiando paulatinamente.
Los espectadores cubanos fuimos testigos, no sin determinada dosis de asombro, de dos crónicas dominicales del periodista Julio Acanda -transmitidas por el Noticiero Nacional de Televisión los días 8 y 15 de septiembre- desde Seúl. El motivo de esos despachos ha sido la visita de una delegación cultural cubana a esa nación asiática. Músicos, artistas de la plástica, bailarines y literatos se presentaron ante un público expectante, que muy pocas referencias tenían de esta isla. Quizás solo los desafíos de béisbol entre los equipos nacionales de ambos países.
La referida sorpresa se justifica por la manera en que habían transcurrido los acontecimientos hasta hace poco. Entre los militantes de la más rancia izquierda internacional existía una especie de “código de conducta” que obligaba a desconocer a los coreanos del sur, con tal de contar con la entrañable amistad de los camaradas del norte de la península. Porque estos últimos aspiraban a la reunificación del país -claro, con ellos en el poder-, además de que, de acuerdo con la peregrina idea del materialismo histórico de Marx, el sistema capitalista imperante en el sur sería barrido por la marcha inexorable de la Historia.
En el contexto de esa demencial política, se produjo la decisión de Fidel Castro de no enviar a los deportistas cubanos a las olimpiadas de Seúl en 1988, como muestra de “solidaridad” hacia los gobernantes de Pyongyang. Fue una sentencia que afectó el desarrollo del deporte en la isla, y en particular les bloqueó el acceso a la gloria olímpica a varios atletas que en ese momento estaban en la cima de sus carreras.
Pero el tiempo ha pasado. Ya no están en la escena política el magnate de los Castro, ni los dos primeros exponentes (padre e hijo) de la dinastía Kim de Corea del Norte. Y aunque Cuba mantiene estrechos vínculos con Pyongyang -una muestra reciente es el tráfico de armas capturado en Panamá-, tal vez Raúl Castro haya optado por no continuar a la zaga del impredecible nieto Kim, y estime oportuno cierto acercamiento a una nación que asombra al mundo por el avance experimentado en todas las esferas de la actividad humana. Incluso, ya se habla de la denominada “ola coreana”, con la consiguiente difusión de películas y telenovelas sudcoreanas a todos los rincones del planeta.
Cuba no tendría por qué ser la excepción.
No obstante, es probable que los “elementos” de línea dura castrista le aconsejen al General-Presidente que sea cauteloso.
Las crónicas de Julio Acanda no han podido evitar que los cubanos apreciemos hasta dónde puede llegar una sociedad cuando trabaja arduamente en una atmósfera de libertad.