LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -¿Para qué sirven las momias? Sirven para convertir la historia en ficción y para malear, por intolerancia, el prodigio de la vida. Es lo básico. Y de ahí se derivan muchísimas otras utilidades, prosaicas y aun profanas, por más que algunas hayan reportado muy sustancial servicio a las religiones. Desde luego que también sirven para darle en la vena del gusto a la pobre gente fanática, a la vez que abren cauce a la falta de discernimiento moral que estimulan los fanatismos.
En tanto la muerte es un instrumento de los vivos, las momias han provisto desde épocas seculares las condiciones digamos idílicas para explotar ese instrumento.
¿Pero de qué les sirve a los momificados ser momias? De poca cosa, supongo, puesto que la vanidad, la egolatría o la ridícula ambición de trascendencia son taras exclusivas de los seres vivos. Y como ninguna momia que se respete es capaz de sentir como ser vivo, no veo la manera en que pueda sacarle utilidad a su estatus. Lo que veo es que puede ser útil para muchos, menos para ella misma.
La historia demuestra que quienes se afanan en convertir en momia a un líder suelen ser los primeros en ultrajarlo. Según lo testimoniado por el médico personal de Mao Tsé-tung, no fue leve el destrozo ocasionado en su físico a la hora de la momificación. Y mayor destrozo aún le infligieron los embalsamadores tratando de disfrazar el fiasco, para evitar ser fusilados. Con todo, quizá la más grave agresión contra Mao la haya perpetrado el partido comunista de China al insistir en la exhibición de su momia en la Plaza de Tiananmen, nada menos que el sitio que más fresco conserva el recuerdo de su herencia criminal.
Quienes le arrancaron la víscera a Ricardo Corazón de León con el amoroso propósito de embalsamarlo, incurrían en un recurso que, lejos de representar prueba de amor, hoy nos recuerda la psicopatía de Hannibal Lecter en el filme El dragón rojo. Muchos de los que decidieron la momificación de líderes y otras eminencias de la antigüedad, creyéndose garantes de su sagrada misión de ultratumba, estaban garantizando que sus cuerpos fueran molidos en la Edad Media para obtener polvo de momia con delirantes fines curativos. La momia de Nespareham, en lugar de demostrar su santidad, demostró que padecía de tuberculosis. Y la del faraón Siptah jamás sirvió para probar que era hijo del sol, sino que había sido un sujeto feo hasta meter miedo y con labio leporino.
Gabriel García Márquez ha confesado que en las dos ocasiones en que se paró ante la momia de Lenin tuvo la impresión ineludible de que, bajo las sábanas de su urna, el cuerpo no estaba completo, sino que lo habían cortado por la cintura.
A tenor de estos truenos, la pregunta del momento entonces muy bien podría ser: ¿Qué le faltará a Hugo Chávez cuando, como todo indica, termine convertido en momia? Lo primero que va a faltarle es lo que más le gustaba y lo que menos parecía gustarle al rey de España: su capacidad de parlotear incansablemente.
Pero hay otros ultrajes mayores que se ven venir, todos consumados por los idólatras de Chávez contra Chávez, o contra su legado histórico, que para el caso es lo mismo. El principal, aunque no el único, es el tiro de gracia al hundimiento de Venezuela en el desgobierno, la mojiganga institucional y el caos de la corrupción económica, desgracias condicionadas por el propio comandante-presidente, pero que en los próximos meses y probablemente en los próximos años harán metástasis bajo la conveniente aprobación de su momia.
Cuenta Heródoto, historiador de la antigua Grecia, que en aquellos lares, cuando moría un hombre de rango, sus dependientes de la casa se embarraban con fango y salían a la calle, muy compungidos, a golpearse el pecho, como paso previo al embalsamamiento del cadáver, o sea a incurrir en su ultraje. Cualquier semejanza que notemos hoy no será casual. La historia es testaruda.
Claro que en este caso, fue el propio Chávez quien inició el ultraje contra sí mismo al pasarle el cetro a su predilecto, un hombre que a fuerza de ser incapaz, ni llorar sabe, pero que está empeñado en aprender, y para demostrarlo ya aprendió a violar la constitución y a extenderle jugosas garantías a los generales.
En Venezuela muchos dicen que la muerte del comandante-presidente ha sido obra de un maleficio, provocado por él mismo al profanar el esqueleto de Bolívar con fines publicitarios, y también al ordenar que agredieran su fotogenia cambiándole el rostro por otro en que El Libertador aparece como aguantando la risa. Deben ser habladurías, pero en cualquier caso, a quienes las sostienen les faltó por agregar que la muerte de Chávez fue apenas la primera materialización del maleficio. Lo peor vendrá ahora, con el reinado de su momia.
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