LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -Los teatristas cubanos andan muy alarmados. Y no es para menos. Parecen venir malos tiempos para las artes escénicas. Comienzan a cerrarse espacios. La censura vuelve a amagar. Los perros de los mayorales ladran y desde las lunetas, los chivatos ubican los blancos de la artillería estalinista. Como en los tiempos del teniente Pavón. Las sombras del Decenio Gris avanzan de nuevo sobre los escenarios.
Últimamente circulan por la red varias cartas firmadas “revolucionariamente” por Alfredo Ávila Guillén, ex-actor del Grupo Teatro Político “Bertolt Brecht”, que son pura chivatería. “Mandadera a matar”, como dirían en mi barrio.
Las cartas de Ávila, que parecen más bien informes para la Seguridad del Estado, van dirigidas a Gisela González, presidenta del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y al presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet. En ellas, se queja amargamente de varias obras teatrales que han estado en cartelera recientemente en La Habana.
Para que se hagan una idea de tales cartas, tiene la palabra el compañero Ávila.
“¿Es que las salas de teatro ahora van a transformarse en un conato de contrarrevolución donde reine la pornografía más cochina y desviada de la moral que estamos inculcando en la formación del hombre nuevo?”, se pregunta Ávila con un lenguaje y una vehemencia ideológica digna de los grises años 70. Y exige cortar por lo sano con las tijeras de la censura. “Tenemos que salirles al paso cuanto antes”, apremia. “¿Hasta cuándo, compañera Gisela, hasta cuándo?”
Ávila se queja de que “una connotada contrarrevolucionaria” como Celia Cruz sea –junto a Lola Flores- uno de los personajes de La Burundanga, una obra de Teatro de las Estaciones y Okantomí; y de que Fernando Quiñones, en la Sala El Sótano, se burle “cruelmente” de Lenin y enaltezca “a los gusanos que se fueron por Mariel”.
Pero los principales ataques de Ávila van dirigidos contra Carlos Díaz, director del grupo El Público. Al muy pacato compañero, las puestas en escena de Díaz le evocan el teatro Shanghai. Peor aun, las túnicas verde olivo, las botas rusas de los legionarios y otros guiños en Calígula, una de las principales obras de su repertorio, el muy suspicaz ex actor las interpreta como “una evidente burla a las altas esferas del gobierno y del Partido” y “a las glorias insignes alcanzadas por la doctrina comunista en el mundo”.
No son los primeros ataques contra Carlos Díaz. Hace varios años, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, escandalizado por la puesta en escena de Teatro El Público de “La loca de Chaillot”, de Jean Giraudoux, escribió un artículo en la revista católica Palabra Nueva donde pasaba de la crítica teatral a la chivatería con sotana.
Monseñor se quejaba de las escenas en que los actores “simulaban copular como perros y gatos” sobre la escena del teatro Trianón y aprovechó también para expresar su disgusto por la puesta de Calígula por “derivar hacia las descontextualizaciones traicioneras propias de la antiestética de la Postmodernidad” (¿las botas y las túnicas?).
Monseñor, en línea directa con los censores, reclamaba en Palabra Nueva: “ …que los responsables culturales del país abran bien los ojos y sin complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad, se informen y se persuadan, y persuadan al entorno humano que depende de ellos, de todas las posibles direcciones que deben y pueden tener las manifestaciones artísticas para que sean lo que deben ser y no se reduzcan a simple basura pasajera, no sólo inútil, sino contaminante de hediondeces.”
Tras el artículo del Monseñor, dio la casualidad que se rompió el aire acondicionado del Trianón. Y entonces, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas suspendió la función y Carlos Díaz y sus actores fueron enviados, calabaza, calabaza, cada uno para su casa.
Recientemente, también una rotura del aire acondicionado precedió a la decisión del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de suspender las funciones de La Hijastra, una obra de Juan Carlos Cremata, descarnada y llena de alusiones a la realidad nacional. ¿Tendría que ver dicha decisión con las cartas de Ávila?