LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Lamento no coincidir con algunos analistas en cuanto a que el reciente congreso de estudiantes universitarios cubanos constituyó otra prueba del desfase histórico del régimen, y de lo perdido que están nuestros caciques, al pretender captar entre la juventud a sus prospectos de nuevos pichones de dictadores. Por más que nos guste repetirlo, el totalitarismo fidelista no está aún tan muerto, ni tan desorientado como al parecer se complace en hacernos creer.
Al margen de lo risible que pudo resultar Machado Ventura, con su camisa a cuadros de cowboy trasnochado y con sus aburridas chocheces, contrastando al frente del evento como una cebolla en la cesta de los claveles, tal vez pueda decirse que esta ocasión, incluso por encima de otras anteriores, el régimen consiguió realizar su jugada entre los universitarios. Lo menos importante es que se hayan reiterado las críticas adocenadas de rigor, y las fementidas promisiones, incluida la de un hipotético plan para que los estudiantes participen activamente en la adecuación de esta cosa a la que llaman “nuestro modelo socialista”. Eso, al igual que las monsergas del cowboy, no debe haber sido contemplado sino como parte del espectáculo, el humo para camuflar la escena.
Cuando a los jóvenes se les priva de ser auténticos protagonistas de su existencia, puede ser natural (aunque no parezca lógico) que gocen convirtiéndose en héroes de sus equivocaciones. Es una máxima antigua y consabida, que Fidel Castro supo explotar siempre a tope, con apenas pequeñas variantes, según las circunstancias. Y todo indica que justo teniendo como derrotero esta máxima, trazó el régimen sus nuevos propósitos para la celebración de este Octavo Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria.
Cierto es que, como de costumbre, los estudiantes dijeron muchas cosas menos las que verdaderamente piensan. Sin embargo, todo cuanto se habló parecía muy bien pensado de antemano. En un contexto donde cada madre y cada padre se las están viendo cruda para controlar a sus hijos de puertas hacia adentro y para conseguir que piensen y actúen según los razonamientos de los mayores de la familia, pareciera un prodigio de leso maleficio que esos jóvenes que no respetan a sus propios padres y rehúsan atenerse a sus preceptos, acepten sumisa y públicamente el total dominio y la imposición de criterios que les encaja una caterva de ancianos irracionales y ajenos a sus intereses.
Me dirán que la mayoría lo hace para salir del paso. Exacto. Así, ni más ni menos, fue previsto en el plan de nuestros caciques, por cuanto es todo lo que necesitan para hacer su jugada en las actuales coyunturas, tal como la hicieron.
Ahora mismo, en Brasil, un país con singulares progresos económicos y con un sistema de gobierno infinitamente más eficaz y más justo que el nuestro, además muchísimo más consecuente con la legalidad y con el respeto a los derechos humanos, están ardiendo las calles con manifestaciones de protestas, sobre todo de los jóvenes, que exigen mayor equidad social y menos represión.
Y mientras, la dictadura cubana, con la aprobación y el aplauso (sinceros o no, da igual) de la presunta vanguardia de nuestra juventud, se gasta el lujo de nombrar como nuevo presidente de la FEU a un híbrido de laboratorio que parece estar entre lo peor de los engendros de Fidel Castro, digamos entre Hasán Pérez y Felipe Pérez Roque. Allá quien quiera verlo como prueba de decadencia. Yo lo veo como una buena jugada de su parte, señal de que otra vez ganaron los malos de la película.
Tampoco puedo ver con optimismo que mientras algunas mentes preclaras, incluidas las de economistas bien respetables, aprueban el avance (supuesto o no) de las reformas que tienen lugar en Cuba, el régimen esté restregando en la cara de todos, desvergonzadamente, que ya decidió por sus santos pantalones quién será el próximo presidente de la Isla, y que además disponga de la friolera de cinco años para promocionar ante el mundo al mediocre y represor Miguel Díaz-Canel como su nueva esperanza blanca, desconociendo y despreciando, como siempre, la opinión popular y las leyes de la civilización moderna.
Decadentes son, condenados están, pero de eso a que se hayan cruzado de brazos para esperar sentados el cortejo fúnebre de su régimen, todavía resta un buen tramo. Alguien ha dicho que el mayor peligro que enfrenta esta época es la indiferencia y la impotencia gregaria de los seres comunes ante el empuje de los poderosos y los políticos. En nuestro caso, donde se cumple al dedillo esta sentencia, habría que agregar además las falsas expectativas de los ingenuos.
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