LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Judith es una gran admiradora de las artes plásticas en general, y por lo tanto de la pintura cubana. Siempre sueña con tener la casa llena de obras de arte, pero su presupuesto no le da para eso.
Pero hace poco revivió su esperanza, cuando entró a una tienda y vio algo que podía comprar. Se trataba de una de esas tiendas donde venden artículos del hogar, con la particularidad de que están decorados exclusivamente con obras de arte cubanas. Normalmente los precios de esos lugares están muy por encima de los ingresos de Judith – una simple profesional – pero ese día ella llevaba un dinerito encima, un extra que había ganado honradamente con un trabajito particular, pues además de ser médico, también sabe coser.
En fin, el caso es que le gustaron unos juegos de “doilers” y portavasos que aparentemente estaban rebajados. Como el precio le pareció sospechoso, le preguntó a un empleado, quien le respondió que efectivamente, ese era el precio del juego, y no de cada unidad. Entonces Judith decidió comprar un juego.
La empleada responsable de la venta en esa sección no estaba en su puesto de trabajo, pero a Judith no le incomodó la larga espera, pues entretanto tuvo tiempo de mirar todos los juegos. Siempre le ha costado mucho trabajo decidir qué comprar, y había tantos en exposición que necesitaría tiempo para decidirse por uno.
Al fin, con no poco esfuerzo, logró tomar su decisión. Con aire de felicidad se paró frente a la empleada, quien no la atendió solícita como acostumbramos ver en las películas extranjeras, sino que la ignoró ostensiblemente, hasta que la cajera le llamó la atención.
Entonces ¡por fin! se dignó preguntarle si Judith deseaba algo. “¿Pensará ella que estoy esperando un tranvía, o que su cara es tan linda que la estoy admirando?”, pensó Judith, “¡Claro que quiero algo!”, y contestó: “Quiero ver un juego de doilers para seis platos. Específicamente, aquel…”
“De ese no hay”, casi ladró la empleada, “de seis piezas queda éste”, y sacó una muestra del estante, que resultó ser el que menos le había gustado a Judith. Ella decidió probar suerte con los de cuatro piezas, pero resultó que también quedaba uno solo, y tampoco le gustaba.
A Judith le costó cierto trabajo comprender que solo tuvieran dos juegos, cuando había tantos en exhibición. En aquel momento se encontraba tan confundida, que no sabía si dar una conferencia sobre comercio o recordarle a la dependiente su progenitora. No hizo lo primero por estar muy cansada, ni lo segundo, por educada que es.
Y finalmente se marchó a su casa, a seguir soñando con el arte, que es su manera de abstraerse de nuestra difícil realidad.