LA HABANA, Cuba -El jueves 28 de marzo del 2002, se pudo leer en la primera página de Granma, órgano oficial del unipartido comunista cubano, que el dengue había sido erradicado de Cuba. Lo anunciaba Fidel Castro. Pero una vez más el absoluto e invencible líder guerrillero se equivocaba.
La batalla del dengue, así como la batalla por poner de rodillas al imperialismo norteamericano y la salida de prisión de los cinco espías, condenados a largos años en cárceles norteamericanas, han sido guerras imposibles de lograr por el ya longevo gobernante.
El dengue vive, porque Cuba continúa siendo un país atrasado y descontrolado, gracias al socialismo, con un saneamiento ambiental pésimo, donde se producen condiciones higiénico-epidemiológicas que favorecen el incremento de enfermedades. Cada día es una realidad ver cómo empeora el sistema de alcantarillado y el suministro de agua, sistema obsoleto de acueductos y redes fluviales que obliga a los cubanos a acumular agua para el consumo en lugares inadecuados. Está además como agravante el envío de personal médico hacia países con zonas infectadas y la falta de control en la elaboración y expendio de los alimentos, a consecuencia de la destrucción de un comercio floreciente que se había desarrollado desde la colonia.
Se dice que el dengue, ese mal de pobres, surgió en Cuba a finales de la década del setenta del siglo pasado, y que la culpa de estos males, provocados por un sistema que no ha tenido éxito, la tuvo la CIA, a través de terroristas radicados en Estados Unidos.
Sin embargo, en poco tiempo se supo que soldados cubanos que regresaban de África, o guerrilleros que eran enviados a zonas insalubres de América Latina, habían traído numerosas enfermedades, como el SIDA, el dengue, la malaria, el paludismo y actualmente el virus de Chikungunya, también del mosquito Aedes. Esta es la razón principal por lo cual el desarrollo y las consecuencias de estas enfermedades han sido secreto de estado durante muchos años, algo propio de gobiernos totalitarios.
En 1981, por ejemplo, el país se vio azotado por una epidemia de dengue hemorrágico que en pocas semanas costó la vida a 158 personas, de ellas, 101 niños, probablemente los que no resistieron porque su alimentación no era buena. En aquellos momentos, fue en el continente africano donde más fallecimientos ocurrieron por la enfermedad, precisamente donde Fidel Castro envió a decenas de miles de cubanos en sus guerras secretas.
A pesar del secretismo que se mantuvo con las víctimas cubanas, en 2007, cuatro años después de que el jefe de estado dio por erradicado el dengue en Cuba, Granma publica otra información titulada: ¨¡Ojo, el mosquito no se ha ido!¨, firmado por Enrique Milanés León.
Cualquiera en Cuba sabe que si no se ha podido ganar la batalla contra el mosquito Aedes aegypti, es porque el gobierno carece de cultura sanitaria y porque no tenemos todo cuanto hace falta para lograrlo. No hace todo lo posible por mantener limpio el país, así como los centros de trabajo estatales, donde se detecta un alto porcentaje de focos del insecto.
En 2006, pudo verse en ocasiones la aplicación de biolarvicidas por vía aérea, algo que tuvo buena efectividad, sobre todo en fuentes de agua como presas, ríos, arroyos y lagunas. En ese mismo año se divulgó en la prensa a bombo y platillo que, desde 1992, en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de La Habana, se trabajaba para obtener una vacuna contra el dengue. Casi parecía que todo se iba a resolver, pero nada más se ha dicho esto.
El dengue continúa haciendo sus estragos en la isla, mientras se culpa a la población, afectada con fumigaciones que no resuelven nada y que perjudican la salud de los ancianos con problemas respiratorios, como fue el caso del periodista retirado de la Revista Bohemia, Ricardo Villares Fernández, vecino del Vedado, quien falleció el 23 de marzo de 2012, tras inhalar accidentalmente el producto que expandió un fumigador dentro de su casa.