LA HABANA, Cuba -Hubo un tiempo en Cuba que el delito común se tildó ¨contrarrevolución¨, y obligó, prácticamente maniató a los delincuentes que cumplían condenas por actos nocivos contra la sociedad, a plegarse a los designios comunistas y apoyar el ¨proceso revolucionario¨.
La prueba mayor se constataba en las prisiones. El mayor enemigo de un preso político era el preso común más malo. Casi siempre portador de un rosario de delitos, utilizado por la jefatura para el trabajo sucio contra el activista entrampado en alguna triquiñuela jurídica, de las tantas que colman el código penal para acallar las voces contestatarias.
Cachano, hijo del célebre músico ¨Negro Fino¨, de la comparsa de Guantánamo, sancionado a 12 años de Privación de Libertad por el delito de Robo con fuerza, compuso en la prisión ¨La rumba del Comandante¨, que en sus primeros compases invocaba: ¨Si vienen los americanos, seguro vamos a pelear, porque a Cuba la defenderemos junto a Fidel…¨
Cachano hacía la voz prima y tocaba el quinto, y era secundado por ¨Caja de leche¨, también condenado por Robo con fuerza, ¨Caimanera¨, que había despachado a dos para el otro mundo, ¨Piel de oso¨, violador, ratero y carterista, ¨La flauta¨, sancionado a 20 años por Robo a mano armada, y ¨Boca Ñanga¨, todo un personaje, que además de informante de los guardias era jefe de Disciplina del piso. Tocaba el cencerro y la campana con un par de cucharas que sonaba contra una bandeja de aluminio.
Las visitas a la prisión de Guantánamo por comisiones gubernamentales o extranjeras, o en las inspecciones de los mandos del partido y el MININT, eran recibidas en la entrada del penal por ¨El combo de Cachano¨, cinco reclusos vestidos regiamente con sus trajes de presidiarios, almidonados y planchados, tocando y cantando el pegajoso estribillo: ¨Ordene, mi comandante a pelear… si usted lo ordena, toditos vamos a luchar…¨, que arrancaban aplausos a la oficialidad y ponían de pie a las comisiones emocionadas, que daban loas a la política de reeducación y recomendaban otorgarle pases de estímulos o pabellones conyugales a ¨esos buenos músicos¨, enviando un claro mensaje al resto de la población penal.
No solo en las prisiones se pueden encontrar estos ¨delincuentes revolucionarios¨. En cualquier barrio de la Cuba profunda se cuentan por decenas: Pititi, ¨ecobio¨ y ¨hombre a toda prueba¨, del barrio marginal Romerillo, da la vida por ¨el proceso¨. No es necesaria la acción de la policía para que en su pasillo reinen el orden y la tranquilidad.
¨Pelao¨, connotado estafador sancionado varias veces por asalto, lesiones y juego al prohibido, es presidente de un CDR en el barrio La corbata. Allí no hay quien saque un pie que ¨Pelao¨ no se lo corte, llamando por teléfono a la patrulla para que se lo lleven para la unidad.
¨Gelatina¨ y ¨Peste a perro¨, dos ¨aseres¨ radicados en un solar situado en 21 y 64, Buena Vista, mandan en el barrio como si estuvieran todavía presos en el piso del penal. Organizan la guardia cederista, la recogida de basura, de escombros, el ¨Plan tareco¨, llevan personalmente la actualización del mural y son los mejores informantes del DTI del Consejo Popular.
Aunque a vox populis estos lumpens muestran furibunda actitud antisocial y mantienen negocios ilícitos bajo el manto de un léxico agresivo y guapería barata, en la intimidad son ¨sumisos revolucionarios¨, como si tal condición los exonerara un tanto de la magnitud de sus delitos, o les suavizara las sanciones establecidas en el código penal cuando son atrapados.
Igual en la calle como en la prisión he escuchado decir a connotados bandidos, que ante una agresión imperialista exigen les entreguen las armas para defender la Revolución. Y no dudo que en los ¨planes de aviso¨, o de ¨contingencia contra amenaza enemiga¨, existan brigadas organizadas a lo largo y ancho del país con estos ¨elementos¨, carne de cañón incuestionables, defensores del desastre y el caos socialista, un caldo de cultivo idóneo para sus bajas pasiones y su guataquería barata.