LA HABANA, Cuba – Lidia, una anciana natural de Mañanima, en Jaimanitas, se queja de la “compra de productos en mal estado, a carretilleros que se emplazan en las esquinas a estafar a los ciudadanos”.
“Han llegado de los confines del país con sus armatostes, sus precios astronómicos y sus caras duras. Ayer, de mi pensioncita de 120 pesos acabada de cobrar, gasté 80 en viandas y vegetales, la dieta a la que he quedado recluida.
Al llegar a mi casa y ponerme los espejuelos, 50 pesos no servían: una libra de frijoles donde de cada seis piedras había un frijol, con gusanos, pepinos y tomatespodridos por dentro, y una frutabomba madurada con químicos, que por poco me parte el cuchillo”.
Cuando fue a reclamarle al vendedor, “un jabao que parecía un gigante y debía trabajar en la construcción, no estafando viejitas” le contestó en forma dechantaje, “aquí no se aceptan devoluciones, señora… para la próxima traiga espejuelos”.
Otro que tampoco pudo reclamar fue Vicente, quien compró un kilo de sal en la bodega de Quinta avenida, (de pésimo alumbrado y apurados por cerrar), y alllegar a su casa vio que la sal parecía de “barredura”, que es la sal derramada en el piso, recogida y reportada en el informe del mes como “decomiso no apto para el consumo”, y que aveces gente inescrupulosa venden para obtener ganancias.
Al otro día Vicente fue a reclamar, pero el bodeguero le enseñó la sal dentro de un barril. “Es lo que tenemos, viejo, no hay más nada…”. “Caro, malo y al descaro, es lo que le toca al pueblo”, dice Vicente malhumorado. “Antes del triunfo de la revolución, había que trabajar de verdad para ganarse el dinero, que estaba escaso, pero todo era baratísimo y reluciente y daba gusto comprar”.
“Talía González, Papelitos hablan y otros periodistas que hacen reportajes sobre el tema, entrevistan a ciudadanos que critican ante las cámaras los precios abusivos y la mala calidad de los productos, pero al final esos programas televisivos nada resuelven. En Jaimanitas excepto Tito, que es el único que se preocupa por vender con calidad, a los otros carretilleros debían mandarlos a estafar para sus lugares de origen, y a los nuevos que vengan, exigirles que respeten al pueblo. Pero que respeten al pueblo también el delegado, que ve todo eso, y la policía, que les pasa por delante y no hace nada, y los inspectores, que se dejan sobornar por tres malangas, y el gobierno, que es el principal responsable de resolver este descaro”.
“¿Pero, qué se puede esperar de un pueblo, que tiene a Martí tan sucio, como si acabara de recibir un acto de repudio?”, dice Lidia, mostrando el busto del apóstol en medio del parque. “Mientras las cosas sigan así, la gente seguirá sufriendo. Y las críticas, continuarán aumentando”.