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Transición: La Naturaleza premia el esfuerzo


por Emily Rodríguez, Agencia de Prensa Libre Oriental

SANTIAGO DE CUBA, agosto - Después de una intensa sequía en esta zona oriental y una constante divulgación por todos los medios de difusión masiva, que hacía pensar que estábamos en emergencia desértica, a nadie le quedaba motivación alguna para viajar hasta los asentamientos de la cooperativa independiente Transición en Jutinicú.

El reciente recorrido realizado por esos lares de un periodista de la prensa extranjera, más las noticias que nos llegaban acerca de la situación crítica con el enyerbamiento de sus cultivos producto de las lluvias, y la falta de recursos para el pago de fuerza de trabajo extra y de yerbicidas selectivos para el arroz, fueron suficiente motivo para que el pasado sábado 15 de agosto me decidiera a unirme a los miembros del Comité de Apoyo de las cooperativas Israel Mustelier y Reynaldo Rodríguez, y tomar un camión Ford --del año 1946, pero muy bien remozado- para visitar el enclave de Jutinicú, a llevar una ayuda económica solidaria que los amigos de Transición desde el exterior a través de Transcard le habían hecho llegar.

Recorridos los primeros 21 kilómetros --de pie, por supuesto, pues estos camiones al decir de Enrique, un español que siempre nos visita en la Universidad, y que a veces le gusta disfrutar de esta modalidad cubana, lo mejor que tienen es que no hay que sujetarse pues van tan llenos que uno aguanta al otro-- nos desmontamos para probar suerte en los 18 kilómetros que separan al pueblo de Alto Songo hasta el poblado de Jutinicú. Este tramo de terraplén y sol no tiene transporte regular, a no ser un camión que pasa una vez al día cuando hay combustible y una guagua que en días alternos da un viaje por la mañana.

Transcurridos los dos primeros kilómetros después atravesar el pueblo, la suerte no nos falló. La voz de un niño, con su peculiar "¡Oh!", nos puso sobre alerta. Estábamos en presencia de un antiguo, pero muy oportuno medio de transporte: una rastra tirada por una yunta de bueyes.

¡Vaya qué suerte! El niño, con voz angelical y un gesto de respeto que sólo los niños del campo suelen tener, nos dijo: "Suban compañeros, que voy hasta el río de Jutinicú". Con la torpeza propia de la falta de costumbre me subí a la rastra, y mi espíritu se enterneció cuando vi tanta nobleza en un cuerpecito endeble, con el torso desnudo y unos pies descalzos de dedos gruesos que trataban de imitar los cascos de los propios bueyes.

El camino se hacía largo a medida que el sol se hacía más caliente, y más lento el paso de los bueyes. Y el niño, con esa calma que el recorrer diario de los 32 kilómetros de ida y vuelta se lo hacen tan normal, sumido tal vez en un pensamiento infantil, sólo reaccionaba cuando alguien, muchas veces otro niño, decía: ­Oyeme compay, llévame ahí.

Así, aquel tanque que a muchos nos servía de semi asiento se fue llenando de mujeres embarazadas que regresaban de consultas médicas, de la viejita que fue a tomarse la presión porque el equipo de los consultorios médicos de Jutinicú está roto, y muchos otros que tuvieron que irse hasta el poblado de Songo a realizar un trámite burocrático o reparar en equipo electrodoméstico.

Al fin llegamos al río, donde la sed quebró la voluntad de los bueyes y el deseo del niño de ser cortés y complaciente, y entre el salpicar de agua y lodo alcanzamos tierra en un lugar seguro.

Cruzamos ríos, salvamos montes y cañadas y con un poco más de suerte que el reportero extranjero que nos precedió, pues como nos fuimos a pie, no nos caímos del caballo como le sucedió a él, siempre guiados por una campesina que en un derroche de piedad llevaba sus maltrechos zapatos de la mano para que no se dañaran con las piedras y la humedad.

Al final de la cuesta, con el último suspiro, dimos el saludo a nuestros queridos cooperativistas, que con el esfuerzo de la jornada reflejado en los pocos espacios de tela que quedaban en sus ropas para guardar el sudor, se aprestaban a almorzar su típico plato de vianda con algo de grasa tal vez.

El panorama inmediatamente cambió, pues llevábamos una botella de aceite cubano, refinado en la planta de Santiago de Cuba, aquélla con la que un tiempo atrás decían que se iba a resolver el problema del aceite comestible, pues una firma italiana había hecho una generosa donación. También llevamos unos jabones Sachel, de fabricación cubana en colaboración con la firma francesa Lux, y tan pronto los campesinos se fueron lavando las manos, con el olor se ambientó el lugar.

Se reiniciaba la jornada y nuestra curiosidad crecía por volver a ver los campos que tiempos atrás, aunque llenos de malezas y marabú, proyectábamos se pudieran convertir en los campos de cultivo de la cooperativa Transición. Sólo basta recordar que estas fincas habían sido estatalizadas una vez, y los 10 ó 15 años bajo esta condición fue lo suficiente para que quedaran totalmente arruinadas.

Pero, qué alegría, qué satisfacción cuando ante nuestros ojos se abrió como un manto verde, todo el esplendor de una nueva cosecha, un maíz que despide sanidad, los bejucos de boniato recién sembrados, con pequeños retoños que hacían brotar constantemente la expresión de un campesino: "están pegados toditos".

Era como si poco a poco en nuestro recorrido fuéramos pasando balance a todo un año de trabajo. La yunta de bueyes que se compró con la primera ayuda recibida hoy ya es parte del esfuerzo que hombres y animales han realizado juntos. Y en cada surco roturado se ve la alegría de las gallinas, como si a ellas también le hubiera llegado la felicidad del alimento.

Nuestra mayor preocupación era el cultivo de arroz, por lo difícil de su limpieza manual y la falta de recursos para adquirir el yerbicida necesario. Pero la Naturaleza es pródiga, y a pesar de las dificultades, parecía que el arroz había burlado las malas yerbas y ahora mostraba todo su verdor a los visitantes.

En nuestro recorrido pudimos comprobar una vez más la fuerza que tiene el hombre cuando pone toda su voluntad al servicio de su bienestar. Pero no sólo eso, sino que este grupo de campesinos ha tenido la oportunidad de demostrar, aún con una situación climatológica adversa, cuál es la política agraria que se debe seguir si realmente se quiere resolver el problema de la alimentación en Cuba. Que los cubanos sí saben producir alimentos, lo que hay es que dejarlos en libertad y darles el apoyo necesario para lograrlo.

No hay manera de expresar cuánta alegría se reflejaba en los rostros de aquellos hombres de campo, cuando aún en la pobreza extrema se sentían satisfechos de todo lo logrado hasta este momento y la seguridad que sentían al tener todo el derecho de determinar sobre el producto de su trabajo.

Muestra de lo planteado anteriormente fue cuando espontáneamente, sin tener que contar con organismo superior alguno, sólo a voluntad de los cooperativistas, se decidió sacrificar para la visita el primer ejemplar de la crianza de chivos emprendida de forma conjunta y con apoyo de los primeros recursos solidarios recibidos del exterior.

Tiempo atrás, todo parecía indicar que la intención de desarrollar todo un movimiento cooperativo en Cuba de forma independiente no podía pasar más allá de ser un sueño. La posibilidad de tener altos rendimientos agrícolas estaba en duda, pero más duda despertaba si sería posible hacer comprender la viabilidad del proyecto, inclusive por parte de los encargados de realizarlo.

Hoy vemos que el mayor logro de las cooperativas independientes no es sólo haber alcanzado buenos resultados productivos, sino haber hecho reflexionar sobre una nueva mentalidad agraria y que esta nueva realidad cubana no sólo se ha extendido a nivel nacional, sino que ya empieza a hacer conciencia en el exterior. Las tres visitas seguidas realizadas por reporteros extranjeros así lo demuestran.

El ejemplo de este pequeño grupo de campesinos ha sido motivo de admiración por parte de los pobladores de toda la zona, cuando todo un paraje abandonado se ha convertido en fuente segura de alimentos. Hasta los miembros de la cooperativa de créditos y servicio Manuel Guardia, que en reuniones anteriores atacaron a los cooperativistas independientes, y la Comisión de Tenencia de Tierra, que hace solamente dos meses multó al vice-presidente de la cooperativa Transición por mala atención de la finca, hoy tienen que reconocer que es el único punto con resultados positivos en la cosecha de primavera. Por eso muchos por aquí dicen que la Naturaleza premia el esfuerzo.



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