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Al son de la burocracia

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Cuba es la madre de la burocracia mundial. El único país en la tierra donde, para obtener la pieza de una lavadora, el elástico de un blúmer mata pasión, o la junta de una olla arrocera, hay que ver al ministro del sector.

De nada sirven las quejas, sugerencias y otras parafernalias empleadas para resolver.

Es tanto el sube y baja de las respuestas, las fintas de la indolencia y las manos atadas por el “no puede ser”, que miles de personas se ven obligadas cada día a bailar al son de la burocracia. Lo mismo salta un veterinario sin varillas para inseminar porque hace falta un bombillo en el almacén suministrador, que una auxiliar de limpieza en un hospital por falta de implementos para limpiar. Y ni hablar de quienes no te venden la medicina porque no se ve la U del salbutamol, demoran dos meses para legalizarte la dieta de jurel, o seis para decirte que no tienes derecho a permutar tu casa.

Ante una realidad así, venga muela. Hágase la luz en una reunión que involucra al cliente, al vendedor, el sindicato, los militantes del partido y la administración, a todas las instancias del país, para escuchar, después de 5 meses, un año, o diez: el cliente tenía la razón.

Mientras transcurre el obligatorio ciclo burocrático, a lavar en una piedra del río Quibú; que las viejas se sujeten el blúmer con un yarey, y a falta de junta para la olla arrocera, a cocinar en un tibor.

Todo el tiempo del mundo se dilata en directivas, acuses de recibo y respuestas que al menos, si no para resolver, sirven para no tener que comprar un rollo de  papel sanitario que cuesta 1,20 CUC.

¿Los responsables?, bien, gracias, procesando otro camión de quejas y sugerencias en un periódico de provincia o nacional, mientras rezan porque no llegue un Armagedón que los obligue a vivir sin pelotear.

Ahora mismo, y desde noviembre de 2009, la doctora Ana María la Rosa cobra cien pesos menos de su salario, porque los burócratas del departamento de recursos humanos del hospital Miguel Enríquez, no se ponen de acuerdo con sus homólogos de la dirección provincial de salud.

En este instante, mientras los burócratas se divierten, decenas de familias viven en un rincón cerca del cielo, en Infanta entre Retiro y Manglar, porque en su edificio, desde junio, se rompió el ascensor, y la empresa municipal de la vivienda no tiene con qué pagar la reparación.

El colmo es que hace unos días, un anciano aquejado de una lesión, fue peloteado de una consulta a otra en el hospital Calixto García, y con riesgo para su salud, tuvo que trasladarse hasta Santa Cruz del Norte para recibir atención.

Ante una realidad así, ¿qué pueden esperar quienes aún sueñan con encontrar una solución a sus reclamos con carticas y quejas a diferentes niveles de un buró? Según se desprende de las miles de experiencias acumuladas en cuanto espacio informativo exista en el país, sólo podrán obtener un ramillete de burocracia sobre el ataúd de la desilusión.





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