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Dos premios Nobel en uno

Orlando Freire Santana

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Confieso que di un salto de alegría cuando, al término de una de las transmisiones del programa Mesa Redonda, a través de un cintillo que apareció en la parte inferior de la pantalla, y sin que mediara palabra alguna del conductor, se informaba acerca de la adjudicación del Premio Nobel de Literatura 2010 a Mario Vargas Llosa. Fue un sentimiento parecido al que experimenté en el año 2000, cuando el entonces presidente de El Salvador, Francisco Flores, le salió al paso a Fidel Castro en la Cumbre Iberoamericana de Panamá.

Siempre he sido admirador de las novelas del escritor peruano, desde La ciudad y los perros hasta Las travesuras de la niña mala, una de sus últimas creaciones. Sin embargo, fue La fiesta del chivo, la novela que me enseñó la manera en que un tema histórico y una desgarradora experiencia personal podían convertirse en ficción, mediante la alternancia de planos narrativos que redundaran en una obra de gran valía. Mis simpatías hacia Vargas Llosa vienen dadas igualmente por su incansable bregar en defensa de la democracia, y la consiguiente crítica a aquellos que no la respetan, sean políticos de izquierda o de derecha.

Vargas Llosa nunca se caracterizó por practicar una rígida afiliación ideológica que comprometiera permanentemente su punto de vista. En su juventud, como buena parte de los intelectuales latinoamericanos de los años sesenta del siglo pasado, simpatizó con las ideas socialistas. Así, se sintió atraído por la revolución y los modelos económicos de planificación centralizada. Pero con el paso del tiempo, el advenimiento de nuevas evidencias lo harían cambiar de juicio: la conculcación de las libertades fundamentales por parte de las autoridades cubanas lo llevó a romper con el Gobierno de la isla, y el acercamiento a las teorías económicas de Milton Friedman y Friedrich Von Hayek lo conducirían al liberalismo.

Y en un abrir y cerrar de ojos pasé de la euforia a la indignación, una vez que leí el modo en que el periódico Granma daba a conocer el otorgamiento del Nobel al peruano. La noticia, firmada por el periodista Pedro de la Hoz, llevaba el siguiente titular: “El Nobel de la Literatura, el anti Nobel de la ética”. Y a renglón seguido -tras reconocer sus méritos literarios- el periodista le endilgó al laureado novelista una sarta de injurias, como que lo que hacía con la literatura lo desbarataba con su mala conducta, y cuestionó si era un representante de todas las causas indignas, o un vil peón del imperialismo yanqui.

Lo que seguramente no le perdona el oficialismo cubano a Vargas Llosa es que no se hizo el desentendido ante los desmanes cometidos en la isla contra la disidencia, política o cultural. Él no clasifica entre esos “peregrinos políticos” que, al decir del escritor norteamericano de origen húngaro Paul Hollander son críticos despiadados de sus sociedades, y bendicen lo que sucede en los países que consideran “tierras de promisión” o de “realización histórica” (Los peregrinos de La Habana. Editorial Playor. Madrid, 1987).

Sorprende observar a otro Premio Nobel, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, convertido en censor de las violaciones de los derechos humanos en los regímenes de derecha en América Latina y, simultáneamente, ser un incondicional del Gobierno cubano. O escuchar la manera en que una representante de las abuelas de la Plaza de Mayo reclama el derecho a saber sobre sus familiares desaparecidos, y después contemplar cómo esa misma representante pretende ignorar los mítines de repudio contra las Damas de Blanco en las calles de La Habana.  

Vargas Llosa, por el contrario, nunca ha actuado de ese modo. Él reprobó la actuación de Pinochet en Chile; calificó en su momento el gobierno del  Partido Revolucionario Institucional, de México (PRI) como una dictadura perfecta; y a  partir del “caso Padilla”, en 1971, ha sido un opositor consecuente del totalitarismo cubano. Sus dardos van enfilados a favor de la libertad y en contra de las dictaduras, no importa el caparazón ideológico que las contenga.

Quiero expresarle, señor Pedro de la Hoz, que mucho antes de que los académicos suecos le otorgaran el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, ya la historia le había conferido, muy a pesar suyo, el Nobel de la Ética.




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