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Canción de otoño en primavera

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RÍO, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Los veteranos de otras guerras caminan por estas calles. Guerrilleros y luchadores clandestinos de la década del 50. También sobrevivientes de Playa Girón, de las guerras de África y otros continentes. Hoy son convalecientes de las heridas que ocasiona la vida en Cuba.

El factor común que los une es la juventud perdida, entregados a una ideología que a fin de cuentas no resultó ser lo que soñaron. Son desahuciados, retirados por enfermedades del cuerpo o desempleados; lo cierto es que esos que fueron incansables luchadores, ahora intentan imponerse al miedo cotidiano que los acecha: el alto costo de la vida, la escasez de lo necesario.

Orestes Pacheco, de 73 años, retirado de las Fuerzas Armadas inicia la conversación: “Comencé la lucha contra Batista en el mismo año del golpe de Estado, en 1952. Fueron muchos los compañeros que vi caer a mi lado; los torturados, los asesinados. Para nosotros Fidel Castro era la esperanza. Integré el movimiento 26 de julio  y terminé los días finales de la guerra  alzado en las lomas de Pinar del Río”.

Con Pacheco viven su esposa y Nicolás, su hijo menor. El mayor lo perdió en la guerra de Angola en la década de los ochenta.

“Acabó la guerra contra Batista en y yo era casi analfabeto. No tuve más remedio que seguir en el ejército. La vida no me dio chance para más hasta el día de mi jubilación.  Pero mi verdadera lucha empezó al ver la realidad que se vivía en la calle. Principalmente en los años noventa, cuando cayó el socialismo en el resto del mundo. Comprendí que todo por lo que había peleado era mentira. Mi hijo dejó el trabajo cuando empezó el período especial para ayudarme en la venta de lo que yo cosechaba en este patio.  Las multas que hemos tenido que pagar no caben en este pedazo de tierra. Ahora vienen con el cuento de que van a legalizar muchas cosas  que estaban prohibidas. Al parecer olvidaron lo que uno sufrió y pagó. Todavía hay personas presas por hacer lo que van a legalizar.  Entre esos presos hay  hombres que pelearon en Angola, Etiopia y mil lugares más, cuando la fiebre del internacionalismo. Hay personas confiadas con lo de las autorizaciones, pero la mayoría va a seguir con el miedo. Lo que ayer era prohibido, mañana será legal, pero dentro de seis o siete meses las cárceles pueden llenarse otra vez”.

Nicolás interviene en la conversación. Participó en la guerra de Angola en la década del ochenta. Allí perdió su hermano mayor. Él tuvo la suerte de regresar vivo y, años después, tras la caída del campo socialista, emprendió su guerra por la supervivencia. Al igual que su padre vio su juventud perdida sin remedio, y reflejo de ello es su testimonio.

“Mis padres me criaron inculcándome el amor incondicional a la revolución, a Fidel. Las consignas internacionalistas me llevaron a cumplir misión en Angola. Allá murió mi hermano. Pensé que mis padres no iban a sobrevivir aquel golpe. Después terminé mis estudios y me gradué de ingeniero mecánico. Cuando cae el campo socialista pensé que era mi despertar y el de muchos cubanos”. Entra un joven en la casa. Besa al viejo Orestes y su esposa. El abuelo le dice algo y se pierden en el interior de la vivienda.

“Es mi hijo. El viejo seguramente le dijo que no interrumpiera. Las ideas que tiene mi hijo son diferentes a las que me inculcaron. No quiero que mi muchacho pierda su juventud como la perdimos papá y yo. Dentro de poco viajará a Estados Unidos con la familia de su esposa. Lo más bonito que tiene una persona en la vida es la juventud. Si a uno se la destruyen no puede perdonar al culpable. Mi generación se perdió en medio de las prohibiciones. A veces siento deseos de llorar pensando en mi hermano y su muerte inútil. Quiero llorar cuando pienso en lo lejos que mi hijo estará de su madre, de mí, y sus abuelos. Tal vez él no vuelva a ver vivo a mi padre enfermo”.

Nicolás deja de hablar, concentrado en sus recuerdos. Vuelve a la carga.

“A lo mejor el día que mi hijo salga de Cuba empiezo a sentirme más aliviado a pesar del dolor de la separación; no sé si estaré preparado para eso. No me gustaría llorar delante de él, pero el llanto es algo que nos domina a veces, mucho más cuando nos viene a la cabeza tantas cosas malas que llevamos dentro”.

Nota: Una semana después de realizada esta entrevista, Orestes Pacheco murió cuando dormía, de un infarto masivo. Su nieto Nicolás vive ahora en Florida




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