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Migajas y recelos

Augusto César San Martín

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Desde  que el gobierno cubano anunció las nuevas medidas para tratar de aliviar la crisis económica en la isla,  hasta los más conservadores han dejado entrever en sus análisis vestigios de  esperanzas hacia  la esperada apertura. 

Después de  tantos  años de rigidez,  abrir espacios  al  trabajo por  cuenta propia, que es la denominación que da el gobierno a la privatización a menor escala, puede parecer el primer paso hacia el cambio que exige el país. 

A la divulgación de los medios de difusión sobre la nueva  política  económica,  se suma la polémica declaración de Fidel  Castro sobre la inviabilidad del modelo cubano. No faltan los que se lamentan porque el embargo norteamericano les hace perder  el  tren de posibilidades que traerán las supuestas transformaciones.

Todo indica que se acercan reformas económicas que facilitarán la libertad  que merecen los cubanos, esa que  durante más de cinco décadas han buscado  en el exilio, a  pesar de las prohibiciones para salir del territorio nacional.

Poco entusiasmo interno se observa. Para emerger del desastre en que han sumergido el país, los  gobernantes lanzan migajas que el pueblo recoge con recelo por el riesgo que implica el acto, a  pesar  de  la  autorización oficial.

El arrendamiento de taxis y locales para salones de belleza inició el experimento que, sin necesidad de mucho análisis, se sabe que mantiene como principal proveedor de los nuevos empresarios al mercado negro, debido a los altos precios de los productos  en las tiendas del Estado y la falta del mercado mayorista, donde sólo pueden comprar las empresas  extranjeras,  gubernamentales, y algún  que  otro beneficiado por las autoridades.

Para que el negocio sea rentable, el camino a la ilegalidad se abre como la fórmula número uno para resolver el problema. La número dos es el consumo en los establecimientos del Estado, que permitirá la recuperación de divisas con  precios  duplicados por  encima del valor mercantil.

Dar permiso a los cubanos para que forren botones, cojan ponches de  neumáticos, reparen equipos  electrodomésticos, trabajen la  tierra antes ociosa, remienden zapatos, etc.,  son cosas de poca monta para que  la iniciativa  privada ayude a la economía  de un país donde  las empresas extranjeras  con  pequeños capitales han  obtenido  ganancias millonarias. Más bien es la solución al desempleo al que los  cubanos están ya acostumbrados, si se  tiene  en cuenta que los salarios no alcanzan para cubrir las necesidades domesticas.

Hace dos  años el gobierno levantó las prohibiciones que privaban a  los nacionales de alojarse en hoteles  y obtener contratos para  la telefonía celular. Todavía hay  quienes  consideran tales medidas  como “voluntad de  cambio” a pesar de que   la devolución de  esas  libertades  ha servido principalmente para sacar más divisas  de los bolsillos  de quienes  pueden  pagar los precios de estos servicios, en  desajuste  total  con los sueldos de la mayoría de la población.

Estamos acostumbrados a  los retoques cosméticos que  nos  devuelven lo que por  derecho  es  nuestro, y nos hacen  pensar  que  se  ofrecen  como gesto  de buena  voluntad.

Los  cambios económicos en Cuba  deben ser profundos y con  la participación empresarial  de los  cubanos, los únicos interesados en levantar  las ruinas de la economía  centralizada.




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