Frank Correa
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Hace unos días viajé a Isla de la Juventud en catamarán, sobre un mar encrespado que infundía respeto a los pasajeros. A mi lado iba un psicólogo del Centro de Estudios Sociales, encargado de emitir criterios científicos sobre situaciones y conflictos. Al hablarle de Guillermo Fariñas se asombró.
-¿Un psicólogo en huelga de hambre? ¿Y entrenado por Tropas Especiales? ¡Qué autocontrol!
Confesó que la política la dejaba aparte, pues todo lo veía desde un punto de vista clínico, y acostumbraba a descartar los problemas hasta descubrir el esencial. Más que las tradicionales recetas de psicología su hipótesis radicaba en “dialogar con el remolino”. Pidió que observara las olas, que derriban a cualquiera que se atreva a enfrentarlas, aunque, de lado, su fuerza es menor, y si te sumerges pasan por encima sin tocarte.
A mi izquierda viajaban una señora (a quien calculé 70 años), eran la poetisa Lina de Feria y su hermana Dulma, que la ayudó con los recuerdos. Dijo que estaba nominada, por tercer año consecutivo, al Premio Nacional de Literatura, galardón que se entrega muchas veces por edad, y aquel corte de cabello semejante al de un muchacho la hacía parecer demasiado juvenil, aunque insistió que su historia literaria pesaba: 16 libros y cuatro premios nacionales de la crítica.
Más que su obra, aquilaté su vida: miembro del Secretariado Nacional de la Juventud Comunista y poetisa destacada en los años sesenta, fue marginada durante lo que se conoce como Quinquenio Gris y pasó largo tiempo sin publicar. Intentó suicidarse; estuvo tres años en la prisión Manto Negro por un delito conocido como “extraterritorialidad”, que Dulma calificó de absurdo, agregando que era un cuchillo mohoso el que cargaba Lina cuando apareció en aquella embajada. En 2005 viajo a México a presentar un libro y cruzó la frontera hacia Estados Unidos, llegó a Miami y, según sus propias palabras, obedeció a un impulso, de los tantos que arremolinan su vida; regresó a Cuba para retractarse de sus actos.
Cuando mencioné que era periodista independiente, y que pensaba escribir un artículo, se asustó tanto que se hundió, apagada, en el asiento. Me pidió, por favor, que no escribiera nada, porque estaba en juego el Premio Nacional de Literatura. Para calmarla propuse a los pasajeros otorgarle el codiciado premio allí, simbólicamente, en medio del mar, y los jodedores me siguieron la rima. Uno sacó una botella y brindamos en medio del mar encrespado. Entonces intervino el psicólogo:
-Eso se llama dialogar con el remolino -dijo en tono profesional, dibujando una sonrisa triste.
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