Luis Cino  (PD)

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - En otras ocasiones he hablado de la fe que no precisa milagros de los viejos “fidelistas” incorregibles de mi barrio, tan oscuro, fangoso, venido a menos y repleto de descontentos con todos los motivos del universo, que no deja de ser una curiosidad la presencia de tales especímenes. 

Entre ellos hay quienes piensan que, antes Fidel y ahora Raúl Castro, “no se enteran de tantas cosas mal hechas, detrás de las cuales no hay que descartar que esté la mala intención de los que quieren que todo salga mal para que se acabe de joder la revolución”.  No sé cuantas veces (ahora mismo, con el folleto de los Lineamientos de la Política Económica y Social del VI Congreso del Partido en mano) les he escuchado decir que “ahora sí todo se va a arreglar”.

Incluso hay una encantadora viejita, que colgó hace años el traje de miliciana para dedicarse a cuidar nietos y a rastrear las viandas que no encuentra (a pesar del anuncio del sobrecumplimiento de los planes de producción), que se pregunta desconsolada por qué, en lugar de jineteras, alcohólicos, homosexuales y ex presidiarios, todos tan chabacanos, no aparecen en las telenovelas nacionales los muchachos tan revolucionarios y educados que entrevistan casi a diario en el Noticiero de TV. 

Vuelvo al tema de mis vecinos fidelistas simplemente porque su candor y confianza, cuando no conmueve, hace rabiar, que fue lo que consiguió uno de ellos hace unos días al justificar algo que critican hasta Eusebio Leal y Silvio Rodríguez: el permiso del Ministerio del Interior que necesitamos los cubanos para  salir del  país.

“Las cosas no son como tú las ves. ¿Por qué te ciega el resentimiento?”, me dijo conciliatorio, casi con cariño. Más allá del trabajo ideológico para ver si me convence (son optimistas a prueba de todo), tal vez sospeche que si no me han metido en la cárcel es porque probablemente sea un oficial del G-2 disfrazado de disidente, y por si acaso, conviene estar en buenas conmigo.

Según mi vecino, las tarjetas blancas son un mecanismo que, supone, existe más o menos en todos los países, para evitar que salgan personas con deudas, o reclamadas por la justicia.

Así mi vecino, fidelísimo al fidelismo, consiguió que me callara la boca y siguiera mi camino, lo que no logró un tal Gabriel Belén con su artículo aparecido recientemente en aporrea.org: Es tan fácil salir de Cuba como de cualquier otro país del mundo.

Gabriel Belén afirma que en la legislación cubana -como si lo que dice el mamotreto, o deja de decir se respetara- no existe ningún impedimento para salir del país temporal o definitivamente. Cita el dato de que en el año 2008, más de 200 mil cubanos realizaron viajes temporales al exterior. Explica que si no fueron más se debió a “la tremenda escasez de divisa provocada por el bloqueo”. No aclara que la mayoría de los viajeros fueron funcionarios gubernamentales y cooperantes internacionalistas que salen a recaudar dólares para el régimen o deportistas vigilados por la policía política para que no deserten a la primera oportunidad.

Pero Gabriel Belén, con gráficos y todo, nos recuerda que “según cifras del Banco Mundial, sólo el 15% de las personas más ricas del planeta pueden darse el lujo de vacacionar en lejanas y afrodisíacas playas”. Supongo que eso ahorre el congestionamiento de aviones en los cielos del mundo de que hablara  Ricardo Alarcón, el presidente de la Asamblea Nacional, en aquel memorable papelazo ante los estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI).  

Como en el caso de mi vecino, no vale la pena desgastarse en discusiones. En definitiva, ya desde el primer párrafo de su artículo, el susodicho se refiere al argumento de los detractores del gobierno cubano acerca del descontento generalizado con “un régimen insensible y tiránico” que  condena a sus ciudadanos “a vivir por la fuerza en un modelo económico y social netamente injusto”, cuyo fracaso los empuja a huir a toda costa. ¿Qué más hay que agregar? ¿Es que acaso no es exactamente así?