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El día que salieron los peces

Aleaga Pesant

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Entre el asombro y el estupor, Mercedes Copa se llevó las manos a la cabeza. Al bajar las aguas había un pez de 30 centímetros en el jardín de su apartamento en 5ta. y C, en el Vedado. Por estar a trescientos metros del malecón, el hecho se justificó por una entrada de mar de las que afectan al litoral.

Alertado por el parte meteorológico y por la altura de las olas que se estrellaban contra el muro del malecón, me asome al balcón. Al no encontrar motivos de alarma, me dispuse a desayunar con mis hijos. A las 7 y veinte regresé al balcón, pero todo era diferente. Medio metro de agua cubría la acera. Estábamos bloqueados y mis hijos saltaban de alegría. No irían a la escuela. 

Las entradas de mar son un fenómeno común. Ocurren cada dos años como promedio. Aunque hay entradas trágicas como las de los años 1985, 1993 conocida como la Tormenta del Siglo,  y la de 2005 causada por el ciclón Wilma. Estas inundaciones causaron daños materiales importantes en el litoral habanero, en las viviendas y los mercados cercanos. Pescar lo dejado al descubierto fue faena de unos cuantos. Hay fotos que narran el saqueo de algunas instalaciones.

El 3 de marzo, ante la expectativa creada, los vecinos de los bajos pusieron los artículos a salvo. Las pequeñas rencillas de barrio tuvieron un alto. Los enemistados pactaron y se ayudaron mutuamente para evitar las perdidas. Las turbinas bombearon el agua de las cisternas hacia los tanques. A media mañana, la Unión Básica Eléctrica (UBE) desconectó el sistema eléctrico para evitar accidentes. La vigilancia se elevó al máximo.

Cuando los expertos de la cuadra, en coordinación con sus colegas del vecindario, determinaron que el peligro no pasaría más allá de la molestia,  todo se relajó, y la tragedia se convirtió en fiesta. Los  muchachos salieron a la calle y hasta mi hija de seis años pretendía ponerse la trusa para bañarse en la mega piscina que veía desde el balcón.  Un amigo audaz, salió a desafiar las corrientes de agua con su nueva cámara de fotografía digital. 

Los vecinos conversan animadamente y recuerdan las inundaciones pasadas.  Algún que otro urbanista esclarece los defectos del Vedado. Los que por diversos motivos no se veían, aprovechan el tedio del encierro para tomar café, fumar y hasta beber ron.

Pasado el mediodía llegó la bajamar. A las tres de la tarde la calle estaba escurrida pero llena de algas, arena y aguas malas. Un paisaje después de la batalla, pero sin muertos ni heridos.

A la caída del sol llegaron los operarios de comunales a limpiar las calles. Los camiones extraían las aguas estancadas en cisternas y garajes. A las 8 de la noche  se restableció la electricidad y la vida volvió a la normalidad para la mayoría de los afectados.

aleagapesant@yahoo.es     



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