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Ni talibanes ni faquires

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org - Cualquier acuerdo, cualquier tibia mediación, incluso cualquier dictado unilateral del régimen -por mañoso que sea-, destinado a propiciar paliativos para la dantesca situación del presidio político en Cuba, es algo que debe contar hoy de antemano con el visto bueno de todo cubano con un ápice de sensibilidad.

Pero ello no significa que tengamos que permanecer aguantando callados, como faquires, ante los muy evidentes escamoteos y actitudes sospechosas que saltan a la vista en este nuevo proceso de (llamémosle) diálogo que tiene lugar en Cuba, con el pretendido fin de solucionar el drama de nuestros presos políticos. 

Menos que ciudadanos con elemental conciencia cívica, y aun menos que decentes seríamos si nos mostrarnos ciegos y mudos –es decir, cómplices-ante la perspectiva de que un grupo de estos inocentes condenados obtengan permiso para librarse de las mazmorras sólo a cambio de que acepten abandonar la Isla, con lo cual mejoraría su salud, tal vez, pero a costa de prolongar su infelicidad mediante la nueva sentencia que constituye el destierro forzado.

Una cosa es resignarse a admitir, de momento, tan humillante cambalache (siempre y cuando sea aprobado por los propios prisioneros políticos), debido a que por lo menos les posibilita seguir vivos, y otra cosa bien distinta sería desgalillarse elogiando el gesto de la dictadura y cacareando sobre su voluntad de reformas.
Es verdad, y bien vale airearlo públicamente -como detalle pintoresco, aunque sea-, que tanto en Cuba como en Miami estamos sobrados de talibanes de uno y otro bando, lo cuales apuestan por la negación y el caos como único derrotero.

Pero menos que responsable y hasta menos que ético resulta meter en el saco de los talibanes a todo el que en este momento exteriorice reparos y cautela ante el cuasi monólogo que aquí suelen llamar diálogo entre la iglesia católica y el gobierno. 

Ni talibanes ni faquires. Por más que no aprobemos para quedar exentos de la lista de los que favorecen la “existencia de estructuras reproductivas de hostilidades”, que es una jerigonza con la que ciertos cómplices del régimen, disfrazados de analistas imparciales y desprejuiciados, pretenden diluir la verticalidad, mezclando confusamente a los extremistas con los tajantes y los insobornables.

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