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Pedro e Ignacio

Tania Díaz Castro  

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Dicen que son dementes, borrachos que no respetan la higiene, que no tienen casa, que afean el ornato público. Es posible que tengan razón, pero lo cierto es que son también merolicos (vendedores ambulantes), diferentes a los que estamos acostumbrados a ver en los portales y las calles vendiendo escobas, palos de trapear, jarros, aromatizante para el piso.

Estos otros venden artículos sacados de la basura que pueden tener alguna utilidad, y todos muy baratos. Me acerqué a ellos, observando lo que venden, ordenado en el piso: relojes, aldabas, cerraduras, clavos, tornillos, juguetes, ropa, zapatos, todo muy deteriorado; hasta que mis ojos dieron con un grupo de revistas de los años noventa del siglo pasado. Entre ellas estaban, enteras y como acabadas de salir de la imprenta: Tiempos Nuevos, Sputnik, El Correo, de la UNESCO, Bohemia y hasta un ejemplar de la poesía completa de Antonio Machado.

Compré casi todas las revistas, al doble de lo que me pedían, y el libro de Machado. Prometieron conseguirme más. Ignacio y Pedro son dos ancianos que, siempre juntos, venden sus cosas en el portal de una casa en ruinas.
-Son como hermanos; les digo.  

-No -responde Pedro-, como rivales y socios del mismo negocio. Aunque la policía nos llama la atención y nos ha echado de aquí como perros, somos comerciantes. O mejor dicho: merolicos.

-¿Y cuánto ganan al día?

-Bueno, usted sabe, la cosa anda mal en todo el mundo. No hay dinero. Pero siempre sacamos para un pan con algo y un traguito de ron al caer la tarde.

-¿Y la familia?

-¿Familia? Pero si no tenemos casa, qué familia vamos a tener.

-¿Y dónde duermen?

-Donde nos coge la noche, con la luna y las estrellas. Pertenecemos al gremio de los que están por despedirse del mundo. Aún así trabajamos. Somos comerciantes, o merolicos, como quieran llamarnos.

-Aquí estamos -nos dice Ignacio- todos los días, de diez de la mañana a siete de la tarde, como las shopping. Menos los domingos, ese día descansamos.

-¿Son de La Habana?

-Yo soy de Artemisa y Pedro, el prieto, de Santiago de Cuba. En Artemisa, cuando era joven, vendía pirulís, caramelos en palitos, y nadie se metía conmigo. Los muchachos me buscaban como locos. Y ahora mire, vendemos mejores cosas y dicen que somos unos cochinos, porque todo lo sacamos de la basura, como si andar en la basura fuera malo. Ve este reloj, casi nuevecito, lo encontré en la basura.

Me despido de los nuevos amigos, les anoto el número de mi teléfono para que me avisen cuando tengan viejas revistas soviéticas, algo que no se consigue ni en la Embajada Rusa, pero sí en la basura, gracias a Pedro e Ignacio.




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