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Redescubrir el agua tibia

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Casi nunca leo a los académicos cubanos, pero a veces el artículo de algún periodista acreditado en La Habana me induce a cotejar lo expresado por eruditos insulares que, sin apartarse de la escolástica del poder, sacan la bola mágica y aterrizan en parcelas de la realidad. Es el caso de Don Estaban Morales, investigador del Centro de Estudios sobre los Estados Unidos, quien escribió Corrupción: ¿la verdadera contrarrevolución?, publicado en la página web de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y citado por Fernando García, corresponsal de La Vanguardia, España.

Tanto el texto de Fernando: Alarma en Cuba ante la aparición de escándalos, como el del académico que le sirve de fuente, son especulativos; pero el primer párrafo del articulista hispano vale más que los 18 del cubano, quien comenta un problema desde la retórica oficial, ratifica su adhesión al castrismo y denigra a la oposición, la cual “se encuentra aislada: carece de programa alternativo, no tiene líderes reales, no tiene masa”.

La parcialidad del académico colinda con su ignorancia sobre la oposición y el compromiso con la dictadura “amenazada por la corrupción”, más no vale la pena detenerse en nimiedades, pues el lector interesado podrá leer y cotejar los textos en Internet.

Nada nuevo ni original descubre el señor Morales al expresar, medio siglo después, que la revolución puede ser destruida por los corruptos parapetados en las estructuras del gobierno. Citar ejemplos de trapicheos ilegales, mencionar al último General enriquecido y vaticinar el fin del socialismo desde dentro no es ningún aporte. Si estudiara lo sucedido en la antigua Unión Soviética y en sus satélites europeos hablaría de otras cosas y dejaría de elogiar al reaccionario Fidel Castro, quien aún confunde el presente con la eternidad y se aterroriza ante palabras como cambios, libertad, derechos y democracia.

Como la estupidez no es graciosa ni la sabiduría es alegre, no acabo de entender el cinismo o la ingenuidad de los académicos que olvidan que las dictaduras no son eternas y que la verdad llegará a la meta. ¿De qué revolución habla el investigador? ¿Creerá realmente que en Cuba existe el socialismo? ¿Olvidó que los Castro instauraron un régimen despótico centralizado basado en la corrupción y el clientelismo? ¿Por qué temer al fin del desastre y encubrir los temores minimizando a la oposición interna?

Si a nuestros académicos les parece bien que el régimen imponga a los ciudadanos un discurso de incondicionalidad a sus designios, si creen que los cubanos somos zombis incapaces de decidir, y que los comunistas corruptos son la nueva especie de contrarrevolucionarios, ¿por qué no sacuden la mata o dejan que otros muevan las fichas marcadas?

Hasta ahora, los estudiosos que escriben sobre la realidad insular se limitan a redescubrir el agua tibia. Como sus hipótesis parten de la ortodoxia marxista no revelan las causas de los problemas nacionales. Más que teóricos, parecen ideólogos desfasados, incapaces de entender que la escasez y la corrupción son instrumentos de dominio sobre las masas, sumergidas en la pobreza colectiva por obra y gracia del grupo gobernante, ajeno a la justicia social y a las libertades individuales.

Sé que es difícil distanciarse del poder y acercarse al mundo del contrario, pero ante la monotonía ramplona y abusiva del lenguaje oficial, prefiero las crónicas antiacadémicas del colega Luis Cino y las agudas y concisas anécdotas cotidianas de la bloguera Yoani Sánchez, aunque pocas veces la prensa acreditada en La Habana cita las observaciones de los comunicadores que apuestan por la Cuba soterrada, cuyo cansancio aborrece por igual a dictadores palabreros y eruditos cautelosos. 




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