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Por venir a casa

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - José Carlos Montero fue uno de aquellos once mil cubanos que en 1980 entraron en la Embajada de Perú, y uno de los que pudieron llegar a Estados Unidos, siendo adolescente.

En Nueva York trabajó durante tres años en un banco. Se adaptó a la forma de vivir de los  norteamericanos y se sentía bien. Pero un día se le metió en la mente el bichito de la nostalgia. Se asomaba a la ventana y sólo veía rascacielos. Añoró por primera vez su paisaje. Comenzó a lamentar que en Estados Unidos no estuviera Cuba, y que desde su ventana no pudiera ver La Habana. Así de complicados eran sus pensamientos.

-No es nada bueno vivir en un país pensando en otro -dice, sentado en la sala de mi casa, mientras trae todo a su mente, y me cuenta cómo descubrió un día que llevaba a Cuba demasiado adentro, el mar de la bahía habanera, la familia, los amigos. Confiesa que cuando se fue sólo pensaba en el futuro, sin darse cuenta de que el pasado era un fardo demasiado pesado para él.

Una mañana tomó un avión que iba para Miami. No llevaba equipaje. Sólo cincuenta hojas de papel donde había escrito en inglés: We want to go to Cuba. Le envió una copia al piloto con la aeromoza, y el resto las repartió entre los pasajeros, quienes comenzaron a  hablar en voz alta, alterados, sin saber lo que ocurría. En medio de aquella confusión, y como era el deseo de José Carlos, el avión atravesó el Estrecho de Florida y se sintió feliz.

Pero en el aeropuerto de La Habana lo esperaba una sorpresa. Varios policías se acercaron a él y lo subieron esposado a un auto. Al poco tiempo estaba en prisión. Lo demás es una historia tan turbulenta, que contarla, dice José Carlos, le resulta un trago demasiado amargo.

Fue condenado a 20 años de cárcel por el delito de piratería aérea. No obstante, a los tres años y medio la sentencia fue revocada por el Fiscal General de La Habana y lo indultaron en 1987.

Como le ocurrió en New York, trató de adaptarse de nuevo a la vida en Cuba. Tenía 23 años. No conseguía trabajo. Su esposa lo abandonó por “irresponsable y loco”. Como en Estados Unidos, comenzó a sentir nostalgia, pero ahora de Estados Unidos.

Por esos días la Comisión de Derechos Humanos de la ONU entrevistaba a los cubanos a quienes les habían violado en sus derechos. Hizo la cola en el hotel Comodoro y explicó su caso a la Comisión, todo lo que había padecido en la cárcel “sólo por venir a casa”.

A la salida del hotel lo detuvieron varios policías vestidos de civil, diciéndole que ahora se iba a podrir en la prisión. Esta vez estuvo preso veintidós años y siete días. El primero de noviembre de 2008 salió en  libertad.

-Ya no trato de adaptarme a la vida de Cuba porque floto como un corcho. No tengo carné de identidad, ni posibilidad de irme. La Oficina de Intereses de Estados Unidos me ha negado tres veces la entrada a ese país. Tengo casi cincuenta años y ahora más que nunca comprendo lo malo que es vivir en un país pensando en otro.




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