Ernesto Cobas

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Raúl tiene 35 años. Creció en la Güinera, uno de los barrios más pobres de Arroyo Naranjo. Es un hombre violento.
Cuando bebe se pone más agresivo. Ha estado en prisión por ocasionar lesiones graves a otras personas. 

En el barrio todos lo respetan, no sólo por su agresividad, sino porque tiene un arma de fuego. Nadie sabe cómo la consiguió, pero la dispara cuando le da la gana. La policía no hace nada por proteger a la población, de estos personajes.

Desde hace diez años Raúl maneja una rastra del gobierno que transporta cemento, y entre viaje y viaje descarga el material a su cuenta y riesgo en varios sitios. Después vende las bolsas en el mercado negro a 50 pesos.

A pesar de tener esposa y un hijo, Raúl no tiene casa. Vive alquilado y las ganancias de sus negocios ilegales las destina a construirse una vivienda, y todavía le alcanza para vivir a todo tren. Hace poco se compró un carro, aunque la propiedad no está a su nombre porque el traspaso de la misma no es legal.

Hace un mes fue sorprendido en el brinco. Estuvo en prisión, y al cabo de tres semanas fue liberado, sin fianza, multa, ni acta de advertencia. La gente comenta en el barrio que trabaja para la policía. El hombre, según el criterio de los vecinos, representa un peligro para todos.

Sin embargo, con los ancianos incapacitados que se dedican a la venta de bosas de nylon,  sacapuntas, bolígrafos, cigarrillos o caramelos,  la policía es implacable, y no duda en decomisarles la mercancía y multar a estos hombres que no son un peligro para nadie.