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Aprendiendo a morir

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press 

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - No son sólo los veranos, con sus endemoniados calores, quienes espantan los sueños y le dan entrada al insomnio o las pesadillas. Hay otros villanos, en esa nómina, con más años de experiencia. Miles de cubanos conocen a esas huestes de maldad, decididas a mantener en niveles óptimos las dificultades entre los amplios bolsones de marginalidad que abundan en Cuba.

El sol y la humedad encabezan la lista del acoso y la penitencia. Habitar durante 20, 30, 40 años, o la vida entera, en un cuarto de seis metros de largo por cuatro de ancho, con escasa ventilación y sometido a una temperatura ambiental superior a los 34 grados Celsius en los meses más cálidos, unido a los efectos de una humedad relativa del 80%, representan casos extremos de supervivencia, merecedores de análisis por parte de los  profesionales dedicados al estudio de los hechos que se salen de los límites de la razón para caer en un rango de la extravagancia y los milagros.

A esta realidad, cercana a la tortura, habría que agregar la convivencia de varias personas dentro de los límites de lo que podría clasificarse como una sauna tercermundista. Tal ilustración no representa un hecho aislado, es una escena con múltiples réplicas a través del territorio nacional.

En el municipio Habana Vieja se pueden encontrar víctimas de todas las edades, nivel escolar y fundamentalmente de la raza negra.

Aparte de las inclemencias del tiempo, las limitaciones en el espacio y el hacinamiento, existían otros instrumentos para causar estragos duraderos, y muchas veces fatales, tanto en el cuerpo como en la psiquis de los moradores de esos pequeños infiernos.

En este orden no podía olvidar el detalle de que algunos miembros del núcleo familiar tienen por cama el piso, sobre el que lanzan una colchoneta apenas sin relleno. Allí, entre hambres y sudores, finalmente logran coquetear con el sueño a fuerza de costumbre y resignación. 
 
Muchas de las afectaciones psiquiátricas, proliferación de la violencia doméstica, problemas óseos de carácter crónico, abundantes casos de hipertensión arterial, y otras secuelas no menos traumáticas, están asociadas a una convivencia que supera los límites humanamente permisibles.

Los factores señalados y las deficiencias nutricionales  bastan para explicar parte de los motivos de la gran asistencia de personas a los centros hospitalarios.

Omar, inquilino de uno de los solares de la calle San Isidro, asegura que debe los continuos dolores lumbares que padece al mal estado de su colchón. Hace más de 20 años que lo usa, sin que haya podido sustituirlo por uno nuevo.

-Mi mujer está igual. Imagínate  ¿De dónde voy a sacar 150 o 200 dólares, si lo que me busco es para la comida? Y aquí no se puede dormir en el piso por los ratones y las cucarachas. Por el desagüe lo que sale por la noche es “candela”. Lo último sería que me mordiera uno de esos bichos para completar la desgracia.

En Cuba miles de familias duermen en colchones remendados y con curvaturas, con pocas esperanzas de reemplazarlos.

Aparte de los rigores del verano, el racionamiento, la inflación, los altos niveles de humedad, el reducido espacio habitacional, el miedo a ser arrestado o delatado a causa de las inaplazables incursiones en el mercado negro, también hay que prepararse, noche por noche, para enfrentar los pinchazos de los muelles vencidos del colchón y las sinuosidades que van rompiendo, año tras año, la armonía del esqueleto.

Desde la lógica, es complicado explicar cómo es que tantos seres humanos subordinados a este universo de penalidades pueden sobrevivir.

Sin embargo, ahí están, jorobados a causa de los colchones, alcoholizados entre los remolinos de la enajenación, y con la idea del suicidio dando vueltas. Así van entrenándose para la muerte.

 

 
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