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Las Damas de Blanco en la lista negra del Banco Popular de Cuba.
Una humillación más

Maria Benjumea
Solidaridad Española con Cuba

SEVILLA, España, 18 de noviembre, www.cubanet.oeg -La Dama Loyda Valdés me ruega que dé a conocer el caso del bloqueo de las transferencias en euros desde España a las esposas de los presos de la Primavera Negra. Ricardo Carreras, portavoz de Solidaridad Española con Cuba, ya lo denunció el pasado mes de julio en una entrevista a un popular programa de Onda Cero Radio, y ha vuelto a plantearlo en un comunicado hace unos días, entre otras cuestiones relativas a la represión y la situación de los presos. Sólo puedo explicar un caso, pero sé que desde España el dinero no les llega.

El verano pasado Loyda Valdés registró una interpelación ante la Fiscalía de la Provincia de La Habana, ante la negativa del Banco Popular de Artemisa a entregarle el dinero que yo le enviaba. Mi banco recibía un correo con un escueto mensaje: “transferencia denegada; el banco beneficiario no tiene autorización para hacerla efectiva a esta persona”. La Fiscalía le comunicó que había tramitado su petición, y que esperaba la respuesta del banco. Cuatro meses después, el banco no se ha dignado responder a la Fiscalía. Extraño, ¿un banco puede ignorar al Poder Judicial?

Animada por la actuación de la Fiscalía (cualquier cosa nos anima), hace una semana le volví a enviar todo el dinero reservado para ella desde hace un año, aún una modesta cantidad. El banco cubano envió  un mensaje diferente: “transferencia denegada por decisión del banco beneficiario”. Es el director ahora quien asume la responsabilidad y desafía a la Fiscalía, creo entender. Lo que entiendo es que hay una orden de alguien de muy arriba para que se castigue a las Damas.

Para Loyda cobrar ese dinero se ha convertido en una cuestión de honor: que se le reconozcan sus derechos como ciudadana que no ha cometido ningún delito. Cuando le propongo (en clave) mandarle dinero en una caja de galletas, por ejemplo, o cualquier cosa así, se indigna y horroriza: ella no es una “delincuente”. Ni acepta que lo envíe en dólares a través de la organización “Plantados hasta la Libertad” de Miami, pues sería un subterfugio que le evitaría una molestia a la Fiscalía. Tampoco tiene parientes en el exterior que puedan ayudarla o visitarla. No hay manera.

Sé que el régimen cubano tolera que “Plantados” les envíe $50 mensuales (que se quedan en 40); Loyda me explica que así pueden acusarlas de mercenarias del imperio americano. Me pierdo en estos vericuetos, pero analizo la situación de esta familia: padre preso, un hijo médico represaliado que no puede ejercer, una hija que no puede trabajar en ninguna empresa estatal, tres nietos de 9 a 15 años, una madre de 83 años que necesita transporte privado para ir al hospital. Inútil enumerar las necesidades y la escasez de la libreta; ni hablar de  los precios de los artículos en divisa, muchos más caros que en España. Si no pueden “resolver” ilegalmente, como tantos cubanos, por no darle a la policía una excusa para perjudicar al preso, a mí no me salen las cuentas.

Es verdad que tanta gente pasa hambre y no pueden comprarse ni productos básicos de aseo; pero yo no estoy pensando en las nómadas masais de Kenya perforadas por gigantescos aros, por ejemplo. Esta Dama cubana tiene mi misma educación, fuimos educadas por el mismo tipo de madre católica, nada de santerías; podemos hablar de todo e incluso discrepar, nos reímos, pues Loyda tiene mucha guasa; la cincuentenaria doctrina le entró por un oído y le salió por el otro. No es una remota víctima con quien ejercer la caridad; es como una amiga que pasa una mala racha.

No se da aquí esa desagradable relación  desigual, y al final amarga, que he visto mucho en España: tantas  humanitarias, que intentan inútilmente sacar a la musulmana de su infierno doméstico, o a la prostituta africana de su mafia, no se dan cuenta de que tratan de ayudar a mujeres  psíquica   o moralmente muy vulnerables, y de culturas muy distintas. No, estas Damas son de una pieza, de moral intachable, de una sinceridad que te desarma, pero sobre todo tan cercanas y cariñosas que ya las sientes como de tu propia familia. Y sólo puedo contemplar cómo malviven.

Otro abuso del que se habla poco, pero que es terrible, es que algún agente escuche nuestras conversaciones al teléfono (Loyda tiene pruebas, y el ruidito del aparato los delata), o te abra las cartas que les mandas. No me acostumbro. No tenemos nada que ocultar, no conspiramos; resulta ridículo que se pague a un sujeto para que escuche a dos señoras hablando de sus problemas domésticos, las diatribas con su jefe de una, las dificultades para llegar a La Habana de la otra.

O esas cartas destrozadas, y manoseadas. No soy diputada ni abogada; la correspondencia trata sobre todo de responder a sus preguntas o peticiones, o de distraerlos de su dura vida, de contarles cosas de la vida aquí, de la familia, de la política  o de cualquier cosa.  Aunque sea enviarles la foto del matrimonio Obama con los Zapatero y sus niñas,  vestidas de negro, al estilo gótico de “Crepúsculo”, y no poder evitar que el repugnante censor se parta de risa. Todo está diseñado para humillarlos a ellos y a cualquiera que los apoya, y convertir su vida en un infierno.

 
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