Un día inolvidable 

Adrián Leiva 

MIAMI, Florida, noviembre, www.cubanet.org –Una de las mayores emociones del ser humano es el reencuentro con quienes formaron parte de nuestra vida afectiva en el pasado. 

Nuestro barrio es la patria pequeña, que llevamos junto a la grande en el corazón; lugar a donde eternamente pertenecemos sin que importe a donde la vida nos lleve. Por eso, re encontrarnos con alguien de “la patria chiquita” es generalmente motivo de gran alegría para cualquier emigrante. 

Primero, llegó un correo electrónico que anunciaba un encuentro fraternal del “palatinense” ausente en el Tropical Park de Miami para el domingo siguiente. Ya los e Palatino tenemos un sitio en Facebook. Unos con otros nos reconectamos haciendo renacer el tejido afectivo que creía perdido.  

El nombre de mi barrio, el reparto Palatino, en el habanero municipio del Cerro, nos refiere a la Colina Palatina, donde Rómulo y Remo, fundaron Roma. 

Mi Palatino habanero era una pintoresca localidad, fundada en la primera mitad del pasado siglo. Hoy simplemente es otro pueblo fantasma de Cuba y sus hijos estamos diseminados por medio mundo. 

Se distinguió el reparto, desde su creación, por tener posiblemente, el más bello parque de La Habana.  

En sus casi 11 mil metros cuadrados, había una amplia variedad de plantas y árboles ornamentales, Su diseño arquitectónico tenia influencias greco romanas, con columnas y réplicas de esculturas de esas culturas. Un amplio corredor central a modo de Vía Apia atravesaba el parque. Tenía tres puentes que cruzaban la histórica Zanja Real, que surtía de agua la población la Habana de intramuros durante los primeros tiempos de la colonia, por lo cual se le conocía como el parque de los puentes. 

Sitio para el descanso de los mayores bajo la sombra de sus árboles durante el día; espacio de encuentros nocturnos para jóvenes amigos y parejas de novios, pero, sobre todo, el ombligo del universo de toda la prole barriotera infantil palatinense.  

Llegó el ansiado domingo de reencuentro. Emotivos abrazos después de años de distanciamientos entre amigos y conocidos. Anécdotas y remembranzas, presentaciones entre nuevas y viejas generaciones de emigrados, niños que hoy son jóvenes, jóvenes que son ahora adultos y adultos que ya son viejos.  

Para todos fue un emotivo día de fraternidad y felicidad, solo nublado por la involuntaria ausencia de algunos que no pudieron asistir. 

Quizás sin confesarlo, todos nos preguntamos: ¿Podremos algún día los cubanos tener esos ansiados rencuentros, con libertad, en nuestros barrios?