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Luces de la ciudad

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Cinco siglos atrás, cuando los habaneros se alumbraban con velas de sebo, comenzó a ser un problema la iluminación de la ciudad. Dicen los historiadores que al caer la tarde, el que se atreviera a andar por sus calles tenía que hacerlo acompañado, por temor a los cimarrones que buscaban comida y a los perros jíbaros, y que a pesar de que en 1826 se conoció el alumbrado de gas gracias a la iniciativa de un norteamericano, la iluminación de la ciudad continuó siendo deficiente.
De aquel panorama sombrío, los cubanos de la primera mitad del siglo XX se olvidaron. Se había hecho la luz en casas, tiendas, parques, calles y avenidas. La luz formaba parte de la vida cotidiana de la gran mayoría de la población, y ni siquiera durante los primeros años del fracasado régimen castrista vimos caer postes, transformadores o tendidos eléctricos. El servicio eléctrico, herencia del capitalismo, se comportaba bien, ayudado luego por la danza del petróleo que los soviéticos nos proporcionaron durante casi 30 años.

La historia fea surge después, cuando el castrismo maduró tanto que por poco se cae de la mata junto al resto de los países del este de Europa, al perder el 85% de sus mercados y el multimillonario subsidio soviético, cuando los apagones en toda la isla eran de ocho a diez horas diarias, y en La Habana, completamente a oscuras, circulaban más de un millón y medio de bicicletas y el petróleo subía de precio como la espuma.

Al año 2006, se le puso de nombre Año de la Revolución Energética debido a un delirante plan ideado por Fidel Castro para fomentar el ahorro de energía eléctrica. Hoy, a pesar de los dos millones de bombillos ahorradores vendidos, la venta forzada de refrigeradores modernos para sustituir los viejos que consumían más energía y la venta de ollas arroceras, cafeteras, etc., Cuba atraviesa otra crisis energética de gran envergadura.


Dice la prensa oficialista que contamos con más del 95% de electrificación en todo el país, que la revolución llevó la luz a las escuelas rurales, hospitales de montaña y zonas de difícil acceso.

Pero, ¿y las luces de la ciudad? ¿Y las luminarias que sustituyeron al alumbrado incandescente, obsoleto e ineficiente que funcionó hasta 2001 en avenidas y calles secundarias?

No contamos hoy ni siquiera con las lámparas de arco, que según un catalán, pionero de la luz eléctrica en España, habían llegado para quedarse, a finales del siglo XIX. Mucho menos con las antiguas farolas de gas o las velas de sebo.

En los barrios pobres de La Habana, donde vive la gran mayoría de sus habitantes, los apagones de seis y ocho horas, llamados eufemísticamente “acciones de mantenimientos programados”, ocurren con mucha frecuencia.

Estos nuevos apagones, ya sin aviso alguno en la prensa, son la sorpresa del día. Las autoridades los atribuyen al sobre consumo de combustible en el país, al derroche, a la crisis mundial. Sin embargo, hay una realidad que salta a la vista: las luces de la ciudad han vuelto a extinguirse, las calles vuelven a ser bocas de lobo, y en los centros laborales los trabajadores sudan la gota gorda porque la orden es no encender el aire acondicionado.

Es obvio que la Revolución Energética es un fracaso más del castrismo. Igual que lo fueron la zafra de los diez millones, la disecación de la Ciénaga de Zapata, el Cordón de La Habana y muchas otros proyectos delirantes del Comandante en Jefe.

 
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