La visita
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Me contó un amigo que hace poco visitó la prisión de Guanajay para llevarle la jaba a un recluso, vecino de su cuadra.
La madre del reo no podía asistir a la visita ese mes por encontrarse enferma, y le pidió ese favor a mi amigo. Prometió pagarle, pero como es una anciana desvalida que realiza un esfuerzo muy grande para reunir las vituallas, mi amigo no quiso aceptar dinero. En cambio, se beneficiaría con un plato de comida mientras cumplimentaba las dos horas de visita.
-Me ilusioné con el olor a pollo frito que salía de la jaba -me dijo al regresar de la visita-. Pero lo que vi allí me quitó el apetito.
Guanajay es un pueblo de Habana campo. La penitenciaría está junto a la carretera, antecedida por un terreno de fútbol. Son instalaciones de dos pisos, cercadas por un muro alto, fuertemente vigilado. Lo refuerza un perímetro con alambradas.
Luego de la requisa, dice mi amigo que lo pasaron a un salón donde tuvo que esperar dos horas hasta que trajeron a los presos. El salón de público era espacioso, con viejas mesas de concreto y sillas de hierro, jorobadas. En cada extremo del salón colocaron un centinela. Cuando entraron los presos hubo una algarabía tremenda. Le costó trabajo reconocer a su vecino. Estaba muy delgado y parecía enfermo.
El preso le contó que la vida allí era infernal. Había un brote de tuberculosis en su galera. También casos de leptospirosis y hepatitis en otros pisos. Le mostró las encías sin dientes. Le dijo que casi todos los reclusos habían perdido la dentadura por falta de calcio.
-Vi en aquellas dos horas de visita lo que me faltaba ver en mi vida. El día antes se había ahorcado un reo muy popular y estaban todos muy consternados. También abortaron un intento de fuga y se rumoraba en el salón que a los implicados los hincharon a golpes y los metieron en celdas de castigo. Sus familiares imploraban verlos, pero los guardias no atendían sus pedidos. A un recluso que estaba sentado frente a mí lo había mordido un tejón en la cara mientras dormía. No lo llevaron al puesto médico y la herida se le infectó. El color verdoso de la sangre coagulada producía una impresión horrible. Aunque tenía mucha hambre, no pude probar bocado.
Su vecino está cumpliendo sanción por robarse una bicicleta del patio de una casa. Lo condenaron a 18 años porque es reincidente. Su madre sufre las consecuencias. Está enferma, vieja y sin recursos. Todos los meses realiza una labor titánica para conseguir los víveres de la jaba.
Le pregunté si vio a algún preso político en Guanajay. Me dijo que a varios. Se diferenciaban de los presos comunes por sus conductas intachables y la dignidad con que asumían sus condenas. Vestían de civil. Eran como una hermandad, un ejemplo para el resto de la población penal.
|