Venta de ropa reciclada   

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Los comunistas cubanos, que en eso de idear eufemismos no hay quien les ponga un pie delante, dan en llamar “reciclada” a la ropa vieja o usada procedente del extranjero, objeto de reventa a la población.

El término no podía ser más inapropiado, pues atribuirle carácter cíclico a una prenda de vestir que luego de servirnos se deteriora, desintegra y desaparece, es, cuando menos, un disparate. Pero suena agradable al oído y a la imaginación evitando el aquello de “viejo” o “usado” que  provoca ideas de pasado, cansancio y miseria.

El fenómeno de la venta de ropa vieja es bastante novedoso y vino aparejado al eufemístico “periodo especial”.  Su aparición tuvo lugar en esta última etapa revolucionaria que ya rebasó el medio siglo de existencia. Antes de 1959 en Cuba no existían comercios dedicados a estos menesteres, aunque su venta corría a cargo de las casas de empeño donde se ofertaba todo tipo de artículos de uso, desde un par de zapatos Ingelmo por tres pesos,  hasta un juego de cuarto de caoba en diez, veinte o treinta.

Los lugares de venta de ropa vieja actuales son muy disímiles. Ud. puede encontrarse una lujosa tienda por departamentos, con un área habilitada para tales fines. Otras veces son comercios dedicados a la venta de ropa. También puede ser un área cualquiera bajo techo o a la intemperie, donde se ponen tres o cuatro cajas de cartón con la ropa vieja, y al frente de la iniciativa comercial dos o tres “ropavejeras”.

La empleomanía ha de ser amplia para impedir que alguien se robe un pantalón o una camisa. O se mande a correr con la prenda en la mano. Acá puede pasar cualquier cosa en materia de raterismo callejero.

Cuando surten las tiendas de nuevos productos se aglomera un buen número de clientes, ávidos de encontrar algo bueno, bonito y barato. Algo que, estando de moda, sea a la vez presentable. Las colas para comprar son angustiosas por la lentitud  y las expectativas que generan; la gente mira y remira cada pieza de vestir, se las prueban, piden la opinión al acompañante y finalmente abonan el importe. Los que esperan en la cola, mientras tanto, se angustian pensando que los primeros elegirán lo mejor y ellos tendrán que resignarse con lo que quede.

Desde que el producto llega a la aduana hasta que lo descargan en el punto de venta, luego de pasar por almacenes y otras entidades, se quedan en el camino las mejores prendas. Ya en la tienda, la mercancía sufre el último despojo a manos de la administradora del comercio y los empleados, quienes separan para sí lo mejor de lo mejorcito.

Estos comercios son muy frecuentados por la población. La gente los procura y está al tanto de los días probables cuando los surten. Una parte de la ropa viene con roturas, descosidos y otros defectos. A veces se venden artículos no sólo defectuosos sino sucios y con mal olor. No siempre resulta explicable tal anomalía,  a no ser que el producto sea una donación, y entonces se cumpla aquello de que “a caballo regalado no se le mira el colmillo”.

Esto es lo que piensa la gente, pero el gobierno lo niega. De cualquier forma, para el público resulta humillante que le vendan un pantalón embarrado de mierda procedente de no se sabe qué rincón desconocido de este contaminado mundo en que vivimos.

En fin, estas ropavejerías representan una válvula de escape para una población cuyos ingresos  no le permiten adquirir un abrigo nuevo con el cual protegerse durante nuestro corto pero inevitable y molesto invierno. La muchachada joven o los “pepillos”, cuyos padres no andan muy bien del bolsillo, tienen en estas roperías la posibilidad de lucir una camisa o pantalón a la moda a un precio 10 ó 15 veces menor que el de las tiendas donde se vende ropa nueva.

El cubano, tal vez por la influencia de los credos africanos, nunca fue muy amigo de ponerse ropa usada, sobre todo sin saber la procedencia. Bien podría ser que el dueño hubiera muerto y su ropa estuviese maldecida. Tal vez el difunto no vea con buenos ojos a quien, sin su consentimiento, haga uso de lo que en vida fue suyo. En fin, nadie sabe las cosas que puede pensar un muerto luego que empieza su nuevo bregar de ultratumba.

Con los vivos uno sabe cómo defenderse y protegerse, pero con los muertos….Por otra parte los isleños comparten una cautela universal que aconseja saber la procedencia de la ropa usada por razones de higiene y salubridad.

Pero, a pesar de todo eso, la ropa usada tiene una gran demanda, pues los tiempos terribles que acompañan al viejo caimán en su lento andar por las aguas caribeñas, no son como para andar creyendo en muertos, ni exorcismos. La cubana quiere saludar las tardes de brisa fresca con su pantalón vaquero y su camiseta bien ajustada al cuerpo, a fin de mostrar la totalidad, sin ocultamiento alguno. Para que sepan que hay abundancia de todo y que todo está bien proporcionado; que ella es empinada de fondillo, estrecha de cintura y abultadita de pecho. Y no importa de dónde venga la ropa ni a quién haya pertenecido, porque la miseria es mucha y la necesidad, después de todo, hace parir hijos machos.