Pomitos salvadores

Moisés Leonardo Rodríguez

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Todo se inició con los turistas que llegaron al país en los años noventa. Era difícil ver alguno (y lo sigue siendo) sin un pomo de agua mineral en sus manos. El calor cubano deshidrata.

Una vez más, para bien, los cubanos imitamos lo extranjero. Hoy  vemos a muchos ciudadanos por las calles con sus respectivos pomitos de agua para mitigar la sed.

La diferencia entre los iniciadores de la modalidad venidos de afuera y los del patio es que el agua de los pomos de los primeros era, y es, de la marca Ciego Montero, que se compra en moneda convertible, y los pomos de nosotros se rellenan con agua de la pila, se guardan el congelador y amanecen congelados.

No sólo con el agua a cuestas andan las mujeres con niños. También dentro de los pomos van el jugo o la leche de los pequeños. El biberón más barato cuesta un dólar cincuenta, lo que equivale a 38 pesos en moneda nacional, en un país donde el salario medio es  350 pesos.

Los campistas, playeros, viajeros interprovinciales e intermunicipales,  y hasta los asistentes a consultas médicas, andan con su pomito en una jaba, la mochila o en la mano, aunque hay muchas dudas sobre la calidad del agua de los pomos, y la que se brinda en los pocos establecimientos gastronómicos que prestan el servicio.

Los custodios y algunos viajeros destinan los pomos a llevar el café o el traguito de ron, muchas veces casero, que les devuelva las fuerzas en sus andanzas por campos y ciudades en pos de la supervivencia. Un termo cuesta como mínimo 3 dólares, el equivalente a 75 pesos, cuando aparecen.

Los pomos plásticos se ganaron un lugar en los refrigeradores caseros y de centros laborales. Estos envases, que pueden ser de cristal, se venden también a precios prohibitivos.

La ley de la oferta y la demanda no se cumple en Cuba, y ni hablar de competencia. Lo que cuenta es el cumplimiento de las metas, al que no le guste que tome purgante, cuyos envases no sirven para guardar el agua que mitiga la sed en parques, paradas y hospitales. ¡Qué vivan, entonces, los pomos plásticos!