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Del sueño a la pesadilla

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Desprecio y lástima, juntos y revueltos, inspiran esos peleles del tribunal que acaba de meter tras las rejas a Juan Carlos González, el llevado y traído Pánfilo, quien osó confesar su hambre de chícharos ante más de 400 mil visitantes de YouTube.

Lástima inspira el abogado de la defensa, quien no halló mejor argumento a su favor que la enfermedad del alcoholismo. Y desprecio, sin más, inspira el fiscal, encargado de disfrazar la verdadera causa de la condena bajo la acusación de vagancia continuada, en un país, dentro de un sistema, donde nadie trabaja sin que por ello incurra en delito, a no ser que se meta en líos de repercusión política.

Ya sabemos que ocurrencias tales suelen ser comunes en la Isla. Y quizá no valdría la pena volver a detenerse en esta, si no fuera porque todavía no se ha dicho suficientemente, o con la suficiente claridad, que el caso de Pánfilo ilustra como pocos la tragedia de la mayoría de los negros cubanos, orillados, pobres entre los pobres, privados incluso de las exiguas expectativas del resto de la población, y, por ende, empujados a la marginación, al delito, a la repulsa y la cárcel.  

Se trata de una catástrofe nacional, pero no otra entre varias, sino una de las más bochornosas.

De modo que no sobra insistir, aun cuando lo hagamos mediante una noticia trillada, que retomamos con dolor y con vergüenza, no tan desidiosamente como parece haberla retomado el autor del tercer y último de los videos donde aparece Pánfilo, ahíto de alcohol, repitiendo lo ya dicho. Por cierto, nadie debe sorprenderse si algún día trasciende que este último video lo mandó a filmar la propia policía política.

El asunto es que Pánfilo está ya en el tanque, silenciado, perdido en la jungla de un sistema carcelario que -según promedios por habitante- alinea entre los más populosos del planeta, con mayoría de negros y mestizos cuya incidencia real no se divulga oficialmente, pero es calculada en no menos del ochenta por ciento. Mientras, la UNESCO y otras hierbas aromáticas cubren de elogios a nuestra dictadura.

Algo que a fin de cuentas no nos deja tan descorazonados como la actitud de ciertas organizaciones religiosas con militante vocación humanista y antirracista, digamos el Centro Martín Luther King o los llamados Pastores por la Paz.

Ellos destacan, para el caso, no por su vocación, sino por la cálida simpatía que le expresan al régimen, y por la ayuda sistemática e incondicional que le brindan.

¿Así de extrema será la candidez de los directivos de estas organizaciones, que no les permite establecer dónde debe terminar la simpatía, pues comienza la complicidad ante el drama de los cubanos negros, y el de los presos -que son uno los dos-, ni aun hoy, cuando resulta ya tan obvio y es públicamente denunciado?

Martín Luther King tuvo un sueño. “I have a dream”, dijo un día histórico, el 28 de agosto de 1963. Y es abundantemente conocida la sustancia emancipadora, conciliadora, piadosa y pacifista de aquel sueño. Que Dios nos libre de que justo en nuestra isla, alguien, más o menos cándido, pretenda convertirlo en pesadilla.

 

 
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