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P.P.G. en Tracatania

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - El tracatán se desenvuelve con un propósito diferente al del guataca, el lamebotas y otros tipos de aduladores del poder o las individualidades.

A diferencia del resto de los especímenes de la indignidad, el tracatán no es baboso, no se arrastra, ni sirve de vocero de lo injustificable para obtener favores, pues nunca tiene nada que perder o ganar entre las sombras donde habita.

En Cuba o Tracatania, la isla de los tracatanes, su comportamiento no constituye una excepción.

Ese bicho del oportunismo y la rendición de cuentas, desatadas sus pequeñas miserias en medio del estercolero de las grandes crisis, las pone a tomar sol ante el asombro de la muchedumbre.

P.P.González, que así dice llamarse el tracatán que nos ocupa, es un ejemplo de cuanta catibía puede generar un desfasado cuando le dan la posibilidad de reflexionar.

Perdido en su antediluviana obsesión por el ahorro del petróleo en el país, el tracatán de marras arremete desde lo más profundo de la selva macondiana de su intelecto contra quienes tuvieron la osadía de inventar los acondicionadores de aire.

Enfebrecido por causa del calor, destilando sudor a mares como lo haría un pingüino parado en la Plaza de Marte santiaguera a las 12 del día, un P.P. González a punto de deshidratación se desorbita al percatarse “que casi todas las tiendas en divisas de Cienfuegos cuentan con aire acondicionado”. Y esto es un derroche “cuando hay una crisis mundial donde nuestro país no escapa de ella y en nuestro caso se agrava más aún por el bloqueo que desde hace 50 años nos castiga”.

Además, agrega, mientras resopla y se abanica bajo la sombra del árbol del mamón: “No es hora de ponernos a pensar en comodidades que, como comodidades al fin, son innecesarias”.

Es tanta la energía y el soplo invernal  que genera su llamado a la reflexión publicado este viernes en el periódico Granma, que ya muchos pretenden renunciar a los zapatos, la ropa, los automóviles, el tren, la cama, el televisor y otros artículos suntuosos jamás empleados por un indio siboney para elevar la calidad de su vida.

De continuar sus cálidas reflexiones, no duden que mañana considere un derroche la pavimentación de calles, la construcción de viviendas, el levantamiento de un hospital o un hotel, si el ser humano puede caminar a campo traviesa, vivir en medio de un platanal, darse un aerosol con pócima de rompezaragüelles y descansar encaramado a un árbol.

Luego de interiorizar el llamado a la reflexión de P.P. González, no hay dudas de que los cubanos padecemos un exceso de comodidades. Por eso, y ante la justeza de su preocupación, nada sería mejor que donar en gesto solidario los aires acondicionados para los iglúes de nuestros hermanos esquimales.

Así ahorraremos petróleo. O al menos el necesario para la cremación de miles de cubanos que morirán de infarto por causa de un golpe de calor.

 

 
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