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23 de octubre de 2008
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Una vida de esclavitud 

Yosvani Anzardo Hernández  

HOLGUÍN, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Últimamente he incorporado a mi rutina de vida el ver el noticiero de televisión. Lo disfruto más que los programas humorísticos. Claro, hay cosas con las que estoy de acuerdo, porque en un buen compendio de mentiras, estas tienen que estar matizadas por algunos detalles conocidos y con visos de verdad.  

Hay también términos divertidos, como que ya en casi todos los municipios hay transporte, o que en el 90% del país existe acueducto. El tema de la reforestación es estratégico: el marabú es necesario, por ello no se debe eliminar, así que nadie se asombre si en cualquier momento aquí se comienza a hablar de tierras forestadas como las de Moa o las del semi desierto de Guantánamo. Eso sería genial y muy propio de nuestro gobierno, mientras el mundo lucha por devolver los árboles a las tierras donde antes. El gobierno anda diciendo que la meta es sembrar árboles donde nunca antes ha existido nada verde. Por otra parte, la salud y la educación son temas sublimes.  

Es lastimoso ver a los poderosos mentir descaradamente y cantar su ya desgastada letanía, haciendo de hazmerreír ante su pueblo. Es divertido verlos repetir constantemente lo mismo. La actual lucha por incrementar la producción agrícola es una nueva puesta en escena de un viejo show, y lo mejor de todo es que aquí mucha gente sabe de agricultura y no las dejan producir.

Ramón Castro nació entre las cañas de azúcar, y de verdad sabe mucho sobre la gramínea. Ha sido asesor del ministro del Azúcar durante años. En una ocasión mandó a construir 400 carretas de rueda estrecha en Bayamo para sustituir las carretas de goma ancha que causan mayor compactación de la tierra. El resultado fue que nadie utilizó las carretas a pesar de su jerarquía.  

A menudo asistía a las universidades e impartía conferencias demostrando el daño que la combinada mecánica para cortar caña  le hacía a los plantones de caña.  Hablaba de la importancia de las siembras profundas. Todos saben que cuando la lucha entre la caña y la hierba la gana esta última, desyerbar es un acto de venganza porque ya la caña se perdió; y así por el estilo. Aquí se conocen todos los detalles de la producción agrícola, pero no logramos producir.

Por ejemplo, tomaron dos cooperativas agrícolas colindantes, con tierras de la misma calidad, los mismos sistemas de irrigación y la misma extensión, la única diferencia era que la cooperativa “A” disponía de 6 tractores y 12 operadores y más personal técnico. La cooperativa “B” sólo contaba con 4 yuntas de bueyes y 4 obreros agrícolas. A pesar de la diferencia de fuerza de trabajo y técnica, la “A” rindió 15 mil arrobas por caballería y la “B” 80 mil. También hubo una gran diferencia salarial. En la cooperativa con tractores los obreros cobraron 10 veces menos que los hombres de los bueyes. Esto les dejó claro que cuando el hombre percibe los resultados de su labor, la productividad se eleva. Y entonces, si conocen todo esto, ¿por qué no se produce? 

Es sencillo, si se le paga al obrero lo que merece se viola un principio de la revolución: El hombre debe trabajar siempre para el Estado, y nunca para sí mismo. Violentar este principio sería acabar con el sobre empleo y la dependencia de la familia a los caprichos estatales; o sea, la esclavitud que permite manejar las masas y conducirlas a campañas, marchas y, por supuesto, a anular su iniciativa. Ese sería el fin de la dictadura. 

 

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