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22 de octubre de 2008
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La Sabrosona

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Nunca segundas partes fueron buenas. Y menos si de un brote de sarna se trata. El regreso de La Sabrosona a los solares de Belén, Atarés y Jesús María ha provocado un pica-pica y rasca-rasca que le ronca el trueno.

Las contorsiones de los atacados por el ejército de ácaros que excavan túneles bajo las capas superficiales de la piel semeja una coreografía bailada sobre clavos calientes. ¡Hasta los perros, por imitación, se dan pata en las costillas sin sosiego!

Pero hay que ver con cuanto amor y cataplasmas los atacados repelen la invasión de los ácaros poro a poro. Mientras unos se empavesan de la cabeza a los pies con el fugitivo lindano, otros enchumban la cáscara de yuca en miel para colocarla sobre la cara, o mezclan el jugo de tamarindo con maicena cuando la picazón toma la espalda y más abajo.

La cuestión es contener el furor de las manos y calmar esa comezón que los hace dar brincos y suspiros. Control y compostura son las palabras de orden en la vía pública, aunque a veces es imposible detener la caricia de las uñas sobre cualquier parte del cuerpo, mientras se escuchan los gritos de ¡ataja! o ¡dale agua!, proferidos por algún testigo desde la esquina más oscura.

Resulta curioso que muchos jóvenes desorientados, al recordar la letra de aquella canción que decía “le dicen la sabrosona por su manera de andar”, piensen que el brote fue inventado por la famosa orquesta Aragón. De cualquier modo, quienes lo sufren se mueven como si bailaran el vals de las mariposas.

Sin embargo, fue durante los años 90, en pleno Período Especial, y bajo el masoquista lema: “se sufre, pero se goza”, cuando surgió este nombre de la penumbra de un solar y se afincó, por rachas, en casi todas las regiones del país.

Fue tan intensa La Sabrosona de los 90 que hasta los bandos opuestos que amenizaban las legendarias parrandas de Remedios y Bejucal, a falta de carrozas, vestuarios y tradiciones que exponer, se enfrascaban en un colectivo cuerpo a cuerpo sólo para quitarse la picazón.

Los trompones hacían reír de felicidad a los abofeteados, las patadas en el trasero traían paz al agredido por tener ocupada las manos, y hasta los pellizcos sobre la piel actuaban como sedantes en el escozor de los pellizcados. Todo era bienvenido para distraer la mente de La Sabrosona.

Nunca una danza popular tuvo más bailadores que aquella Sabrosona, nacida, como la de hoy, de la feliz coincidencia de siete personas en un sofá o doce durmiendo en una cama, sin tan siquiera  oler agua y mucho menos jabón.

Pero La Sabrosona actual también tiene su lado positivo, dicen quienes venden emplastos para la picazón y hasta los que, por padecerla, son liberados de ir a la escuela o al trabajo.

Muchos sonríen de felicidad mientras se pasan la mano sobre la piel, o cuando a golpe de uñas van apagando la picazón. Otros suspiran y dan pasitos provocados por una Sabrosona que aunque lo nieguen, es la que impone hoy el sabroso contoneo al andar en los solares y ciudadelas de Belén, Atarés y Jesús María.

 

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