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26 de noviembre de 2008
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Ahogados en la orilla

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Las aguas turbulentas de la revolución cubana han dejado a no pocos colaboradores internacionalistas ahogados en la orilla.

Después de tanto nadar, cientos de guerreros, deportistas, maestros, técnicos y médicos vuelven a casa y encuentran los sueños sumergidos, las promesas estancadas y la realidad hundiéndose hasta el fondo.

De nada les ha servido bracear, sumergirse o flotar a favor de la corriente ideológica en la que navegan. Ni quienes aprendieron a bañarse en aguas extranjeras y guardar la ropa, sobreviven.

Tal es caso del doctor Alfredo Tamayo Gutiérrez, vecino de la calle Ahogados número 1910, en Guantánamo, quien arrastrado por el remolino de la ineficiencia clama por una tabla salvavidas.

Según sus patadas de ahogado, el 1ro. de mayo se concluyó un edificio en la calle Norte, entre San Juan y Beneficencia, en esa ciudad, asignado a médicos internacionalistas. El 18 de junio fueron citados para entregarles sus respectivos apartamentos.

Pero como en una revolución que se respete el pero no puede faltar, allá  te van justificaciones, promesas, nuevas fechas de entrega y otras maniobras dilatorias hasta el infinito.

Que si faltaban interruptores de la luz eléctrica, metros contadores, puertas, nichos y demás boberías que se toman en consideración para dar una vivienda por terminada y habitable.

El problema es que hasta hoy se encuentran en la calle y sin llavín en espera de un tablero de bagazo, un autorizo, la firma de algún come candela, o el paso de un huracán que agilice la entrega de tejas infinitas, aunque el apartamento sea de mampostería.

Atrás quedaron los cruce del Orinoco en canoa, el deslizamiento en balsas por un afluente del Amazonas para llevar timerosal a un indio herido, y tantas hazañas más que desbordan de lágrimas y orgullo las pantallas de nuestros televisores.

También se divisan distantes, pero agigantadas, las entregas constantes de clínicas de campaña con su equipamiento médico completo, los cientos de viviendas, de bajo costo, pero confortables, a los cocaleros del Altiplano, los llaneros del Arauca y los pescadores del Baracutey.

Lo que no acaban de ver, ni en sueños, es la bendita hora en que les digan: “¡Esta es tu casa, mírala, huélela!”, y aunque sea de una patada en el trasero los arrojen adentro.

Pero si les sirve de consuelo, no son los primeros, ni serán los últimos que, después de jugársela al pegao en otras tierras, no encuentren en la suya ni el más mínimo catrecito donde descansar o tomar un café.

Los ahogados en la orilla de las desilusiones son miles. Quienes flotan al garete de la desesperanza, millones. En las aguas turbulentas de una revolución, tanto quienes naden a favor o en contra de la corriente se hundirán, por mucho que presuman de sus salvavidas.

 

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