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21 de noviembre de 2008
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Tras el pepino y la lechuga

Oscar Mario González 
 

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Desde el alba hasta el ocaso el cubano, no importa su status económico u otras particularidades, anda detrás de las verduras y hortalizas en una batalla campal y sin tregua que nada tiene que ver con las ideas, pero sí con las exigencias del estómago.

El ciudadano sabe que la cosa anda muy mal y presiente que se pondrá peor. Tal vez por ello ha decidido atender los reclamos de las tripas aparentemente para, si debe morir, hacerlo con la barriga llena.

De ahí que la pepilla coqueta y emperifollada ande por la acera con el mentón erguido, la mirada altiva y las posaderas oscilantes, sosteniendo la jabita contenedora del mazo de cebolla y lechuga. Otro tanto hace la tendera, antes orgullosa, con su uniforme pulcro y sus tacones de puya, algo embriagada por la atmósfera de distinción que la envuelve. Pero también se ve a la hija del coronel en iguales menesteres. Hoy un tanto menos estresada, pues ha podido, aunque al costo de hacer grandes colas, resolverle un poco de boniato a su mascota entrañable para que no muera de hambre. 

El plátano macho, la vianda preferida del cubano, así como todas las variedades parecen haberse esfumado desde los vientos posteriores a los ciclones. El desaliento hace pensar a muchos que el ají, el plátano, y muchos otros productos del agro se fueron con los vientos para nunca más volver.

La radio, la televisión y los periódicos muestran a cada instante a un supuesto guajiro doblado sobre el surco regando el bejuco o la semilla. Se enfatiza que volverá la vianda y la ensalada a la mesa como en otros tiempos. Que la ausencia es temporal porque el suelo está ahí. Pero luego de cincuenta años de promesas no cumplidas la gente ha dejado de creer en la madre tierra.

Finalizamos noviembre. Es la época habitual de la cebolla y el ají pimiento, así como de otros tantos renglones agrícolas que empiezan a inundar las tarimas de los agros mercados y de los puestos de viandas. Hasta el día de hoy las reducidas ofertas se basan en la yuca y el boniato, y a veces en una que otra malanga. Por regla general, haciendo largas filas donde se pugna por comprar entre gritos, empujones, trifulcas, todo aderezado con el lamentable ingrediente de palabras no pronunciables, por groseras.

Seguramente en el campo hay quienes se muestran remisos a traer los productos a la ciudad bajo los precios fijados por el estado. Ello agrava enormemente la crisis.

¿Egoísmo? Tal vez. No me atrevería a afirmarlo. ¿Insuficiente solidaridad humana? No caben dudas.

Pero el asunto que incumbe al estado es abastecer el mercado para aliviar el déficit de oferta o el desbalance entre este y la demanda; no tratando de cambiar la naturaleza humana, y mucho menos en medio de una crisis.

 

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