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18 de noviembre de 2008
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Los detenidos

Rafael Ferro Salas, Abdala Press

PINAR DEL RÍO, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Llegaron con los hombres a las siete de la noche. Los llevaron a los calabozos de la estación policial de la ciudad. El corredor de los calabozos era largo y estrecho. Se respiraba un fuerte olor a orine.

Casi todas las celdas estaban ocupadas por detenidos implicados en disímiles causas. Había desde ladrones de bicicletas, carteristas, apostadores clandestinos y hasta un viejo vendedor de bisutería.

Llegaron tres hombres. Los agentes les ordenaron colocarse delante de una de las rejas.

-Estos son políticos –dijo el que parecía el jefe-. Estarán aquí hasta que los manden a buscar.

 -Nos han detenido por gusto –dijo uno.

-Ustedes nunca están presos por gusto –respondió el policía al mando mientras cerraba la reja. Los policías se alejaron de lugar. Después de unos minutos de silencio uno de los hombres sacó un cigarro. Fue hasta donde se encontraba sentado en el suelo uno de sus compañeros y le dijo:

-¿Quieres fumar?

-No tenemos fósforos. Me los quitaron cuando llegamos.

-Será una larga noche –agregó el tercero de los recién llegados. Era rubio y gordo, llevaba espejuelos de aumento. Los ojos se le veían pequeños a través de los cristales.
Dos horas después, llegó al calabozo un teniente.

-Saca a estos tres –ordenó- señalando con la cabeza hacia el interior de la celda.
Los llevaron a una oficina ubicada dos pisos encima del sótano donde se encuentran los calabozos. Al primero que interrogaron fue el hombre de los espejuelos.

-¿Desde cuándo te reúnes con esta gente? –señaló a los otros-. Debía darte pena andar con ellos. Tú eras profesor de una escuela, tenías buen salario y todos te respetaban.
El hombre rubio se quitó los espejuelos, los frotó con su camisa y se los volvió a colocar.

-Todo el mundo me sigue respetando, teniente. No he dejado de ser yo. Hasta mis antiguos alumnos me saludan en la calle, también sus familiares. De los únicos que tengo quejas en lo que al respeto se refiere es de ustedes.

Entonces el teniente se levantó de la silla. Se ajusto el cinturón con la pistola, y colocándose la gorra ordenó a un policía que estaba en la oficina.

-Llévalos otra vez a para los calabozos. Dormirán esta noche aquí. Mañana veremos qué hacer con ellos.

En la oficina quedaron el teniente y un sargento.

-¿Qué vamos a poner como causa para la detención, teniente?

El teniente se rascó la barbilla antes de responder. Se quitó el cinturón con la pistola y poniéndolo sobre el buró, respondió:

-No te preocupes por eso. Mañana veremos que se inventa. Al fin y al cabo son lo que son: opositores al gobierno. Siempre nos van a sobrar razones para detenerlos.

 

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