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18 de noviembre de 2008
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Furia ciudadana

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - La revolución acabó con el analfabetismo, aplicó la urbanización a gran escala saltándose varias etapas del desarrollo y decidió que la burocracia fuese la principal fuerza productiva. Todavía el eco de esos “éxitos” se escucha nítido, para que nadie dude.

El dogma es infalible. Todas esas certezas emanan de su centro. Hay que confiar en esas ráfagas de triunfalismo disparadas con cañones de largo alcance y aplaudir en medio de la metralla. Es una orden que pocos discuten. La mayoría obedece, más tarde se rebela, a discreción, con la ética escondida en la suela de los zapatos y la moral manchada con todos los miedos.

Debajo de esas glorias bulle lo insulso. Es presumible que así sea porque las palabras pierden el rumbo y terminan en vanas alegorías sin puntos de contacto con la realidad.
Fuimos alfabetizados, pero ¿por qué en vez de hablar se grita? ¿Cómo entender que un graduado de preuniversitario se devane los sesos en tratar de escribir correctamente la palabra “ortodoxia”? ¿Romper centenares de teléfonos públicos en Ciudad de La Habana es parte del acervo cultural? ¿Y qué decir del hábito de sacar a los animales domésticos al medio de la calle para que satisfagan sus necesidades fisiológicas, sin recoger los excrementos después?

La alarma no es al azar. El asunto es que cada vez más nos adentramos en un universo de marginalidad con todas las vías de escape clausuradas. Hay que acostumbrase a vivir en una sociedad fracturada y proclive a ejercitar las formas más rudimentarias de la convivencia. La sociedad no cuenta con alternativas reales para volver al cauce de la civilización.

El ambiente está saturado por un mar de influencias negativas que se reciclan, reproduciendo costumbres y posturas degradantes. A estas alturas, el uso de un lenguaje correcto, la atinada disculpa, el trato cívico, son categorías sin ninguna vigencia. La cotidianidad se rige por códigos del reino animal en muchos casos.

Una disputa por un asunto banal que concluye con una puñalada, hace tiempo que no es noticia. El cirujano que forcejea en la entrada del ómnibus para llegar a tiempo al salón de operaciones es tan normal como tomarse un vaso de agua. Un vecindario inundado de aguas albañales sin el más mínimo indicio de preocupación, es parte de una imagen multiplicada por doquier. Esa es la dinámica que sintetiza un desastre imposible de cuantificar dada su magnitud.

Los números reales permanecen en el interior de una caja fuerte, delante de los reflectores siguen las estadísticas falsas y los discursos sublimes.

El hombre nuevo, que manufacturó el socialismo, tiene demasiados desperfectos. Es peligroso y taimado.

Puede que haga patente su devoción por los fundamentos del partido comunista, incluso hasta se decida a militar en sus filas, pero también dejará constancia de sus instintos en el lugar indicado. Irá por decantación a la periferia de la existencia donde casi todos sobrevivimos. Unos con voluntad de titanes tratando de hallar fragmentos de apacibilidad en medio del cataclismo, y otros tímidamente como el ratoncillo en la jaula del león.

La rabia explotará, nuevamente, sobre algún teléfono, se diluirá en alcohol barato y sexo, quizás en broncas, asaltos, obscenidades orales o escritas en las paredes. Después, es posible que se sienta un alivio pasajero.

La telefonía pública está en crisis. Los jóvenes salvajes le dan duro, con furia como a su peor enemigo. Y eso que en Cuba la educación es gratuita.

oliverajorge75@yahoo.com

 

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