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13 de noviembre de 2008
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Cuando se deprimen los hijos de papá

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Les llaman los emos. Se les puede ver de noche en el parque de la calle G, en El Vedado. Adolescentes de ambos sexos, casi indistinguibles unos de otros. Las muchachas carecen de la feminidad que aparentan los muchachos. Con la mirada triste, perdida en sueños rosa y dorados. Pálidos, lánguidos, irreales, como escapados del mundo virtual. 

Si no los espanta la policía, los agarra la madrugada en el parque. Comentan sus problemas y sus planes. Lloran, abrazados. Se trasmiten unos a otros la depresión, y a veces las pastillas. Mientras, intercambian audífonos y celulares para escuchar Hardcore y House.

Las tribus urbanas de adolescentes inadaptados que produjo la globalización, atravesaron la burbuja verde olivo y llegaron a La Habana. Por las calles de la plaza sitiada,  los emos se suman a freakies, reguetoneros, raperos, rastas, pingueros, gays, repas y mickeys. Cada cual por su lado y a su modo, alteran la rutina del socialismo cubano. Como pulgas en el perro, importunan al poder. Lo fuerzan a aceptar una sociedad cada día más diversa y compleja. Con estos bueyes hay que arar ¡Qué remedio si falló también la construcción del hombre nuevo! 

Los emos, extravagantes y depresivos, demasiado raros y blanditos para el gusto de los mandamases. Nadie los imaginaría décadas atrás. Las UMAP hubiera sido poco castigo para ellos.  

No quiero ni pensar qué barbaridad hubiera hecho aquel truculento oficial de la policía que apodaban El Mexicano si se llega a topar con un pálido emo de hebillas y lazos rosados en el pelo engominado, los ojos delineados y el brazo sangrante, que le explicara:  
“Soy un muchacho muy emocional, oía en mi celular a Bless the Fall  y estaba empastillado y muy deprimido porque nadie me entiende, entonces me corté con una cuchilla para sustituir un dolor por otro, quería sentirme vivo.” 

Los que eran jóvenes en los años 70 y alguna vez tuvieron la mala suerte de ir a dar, esposados y a bordo de un carro-jaula a la unidad policial del reparto Capri, saben de qué hablo.  

Pero éstos, qué duda cabe, son los tiempos posmodernos de la sucesión. Los mandamases que aspiran a la perpetuidad tienen cosas más graves de qué ocuparse para perder el tiempo en perseguir “raros”. Los aceptan, como al marabú en los campos, mientras no molesten demasiado.  

Recientemente, el  periódico Juventud Rebelde, al abordar el tema de los emos, fue anecdótico y superficial. Escuchó campanas lejanas y las tradujo al edulcorado lenguaje oficial. En tono paternalista restó gravedad al asunto. Para ello, citó varios ejemplos atípicos (todos estudiantes o trabajadores) para los cuales ser emo es sólo una forma de vestir. 

Sucede que los emos no son los únicos adolescentes que se peinan los pinchos con gel, visten ropa ceñida, asoman el calzoncillo por encima del pantalón, llevan piercings, se tatúan motivos satánicos y consumen parkisonil. Lo que los distingue es que entre ellos, misántropos y nihilistas, la depresión, las auto agresiones y el suicidio son una moda.  

Sin embargo, la mayoría procede de familias de Nuevo Vedado y Miramar con posibilidades materiales. Son hijos y nietos “de papá” con conflictos de identidad, propios de adolescentes, que  pueden pagar 5 dólares para entrar en la Sala Atril, cargar su música emo-core en iPods y celulares y calzar zapatillas Converse o Vans de 60 cuc. 
Evidentemente, cualquier muchacho inadaptado y con problemas de personalidad, por muy deprimido que esté, no puede darse el lujo de ser un emo.  Tal vez sea el motivo de Juventud Rebelde para no preocuparse demasiado y concluir que los problemas no son para tanto.

luicino2004@yahoo.com

 

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