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10 de noviembre de 2008
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Un cuento de camino

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RÍO, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Estábamos recostados contra la pared, junto al armario.

-Este sitio está lleno de historia –dijo Alfredo.

-De historia barata –ripostó Leoncio.

La tensión se respiraba en el ambiente. Ignoro si los demás se habían percatado. Pero nadie dijo nada.

-Te voy a partir al medio, cabrón –gritó Alfredo y se abalanzó contra Leoncio.

No tuve tiempo de interceder. De repente me invadieron los recuerdos y mi mente retrocedió treinta años.

Llovía y los integrantes del pelotón nos refugiábamos en la barraca. Las literas estaban alineadas a los lados del pasillo. Conversábamos unos acostados, otros sentados al borde de las camas, algunos de pie.

-Dicen que la misión es fuera del país -comentó el cabo de escuadra Bocourt.
-Nos pueden mandar a donde quieran, cabo. Nosotros somos guardias y obedecemos órdenes de arriba -respondió Jiménez.

Guardamos silencio. Sentíamos gran respeto por Jiménez. Era nuestro líder en el pelotón de comunicaciones. Tenía entonces 19 años. Nosotros apenas 16. Nos llamaron al servicio militar obligatorio por tres años. Jiménez era de dos llamados anteriores al nuestro, le quedaban sólo unos meses para terminar su tiempo de servicio.
-También nos pueden matar y no pasa nada –repuso Leoncio.

Sus palabras alborotaron a los hombres. Leoncio era el tipo que sabía decir la palabra precisa para caldear un ambiente y echar a andar una discusión que casi siempre terminaba a golpes.

-¿Usted está metiéndole miedo a la tropa, Leoncio? –preguntó el cabo Bocourt en tono de amenaza. Era un negro de 28 años, alto y fuerte como un toro.

Leoncio estaba sentado al borde de la cama y se levantó para responder. Jiménez no lo dejó hablar.

-El no quiso eso, cabo…

-¿Qué fue lo que quiso entonces, Jiménez?

Jiménez se calló. Miró de arriba abajo a Leoncio y le respondió al cabo sonriendo.

-Aquí todo el mundo sabe cómo es Leoncio, cabo. Le gusta poner bueno el ambiente cuando la tropa está aburrida y…

Leoncio interrumpió entonces.

-Lo que yo quise decir es que en una guerra se muere, y los primeros muertos los pone la tropa. Nosotros somos soldados, no somos oficiales. Nos va a tocar morirnos primero. No me gusta esa guerra a la que nos van a mandar fuera de Cuba.
El cabo lo interrumpió gritando.

-¡Cállese, soldado! Usted no sabe lo que está hablando. Si nos toca morir tendremos la oportunidad de convertirnos en héroes de…

-¡Eso es basura, cabo! –interrumpió Leoncio-, como mejor se es héroe es estando vivo. Un muerto no es más nada que eso, un muerto.

Después vino lo inevitable. La discusión terminó a golpes. Leoncio fue a parar al calabozo de la unidad por golpear al cabo Bocourt. Dos meses después estábamos en Angola, bajo las balas. Una parte de nuestro pelotón había muerto. Entre los caídos estaba Jiménez.

Regresé del tiempo cuando ya había terminado la bronca entre Alfredo y Leoncio. Ahora estábamos más viejos, todos rebasábamos los cincuenta. Dos días antes tuvimos la idea de visitar nuestra antigua unidad militar. Nos dejaron entrar a la barraca. Junto al armario que usaba Jiménez para guardar sus cosas fue que empezó la bronca.
Al regreso caminaba junto a Leoncio.

-No debiste decir lo que dijiste. Jiménez es un héroe para todos nosotros.

Leoncio se detuvo limpiándose la sangre que todavía le salía del labio superior.

-Eso es un cuento de camino. Hace más de 50 años que en este país nos están inventando héroes a conveniencia de los que mandan. Jiménez es un muerto; un muerto en una guerra ajena en la que nos metieron. Váyanle con el cuento ese de héroe a la madre de Jiménez a ver si se lo cree. Ella todavía lo espera y lo llora, quería a su hijo vivo.

Seguimos caminando y no dije nada más. Nos quedaba por andar largo trecho hasta el pueblo y no se me ocurrió ningún cuento para el camino.

 

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