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5 de noviembre de 2008
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La madrina Conga

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Conga es una mujer de piel oscura, de ochenta años y una sonrisa de oreja a oreja. Le pregunto por qué sonríe siempre y me responde:

-Para que la vida me sonría.

Hace más de cuarenta años que se gana la vida lanzando los caracoles, respondiendo preguntas a quienes acuden a ella, tratando de escudriñarles el futuro y el pasado.
Fue una mujer de suerte que vivió como su naturaleza se lo exigió, a cambio de sinceridad y honestidad. Conoció el amor y me asegura que conquistó corazones como pelos tiene en la cabeza. 

Sus ojillos despiden una luz fuera de lo común, algo misteriosa, como si se tratara de una fuerza que ni ella misma reconoce en toda su magnitud. 

Todavía hoy, me dice, no necesita de ninguna jubilación para alimentarse, porque sabe ganarse la vida con sus caracoles. Además, tiene un montón de ahijados que no la abandonan. Ni siquiera los que están presos, que según ella, no son pocos. 

Y es cierto. Aunque los medios de información del gobierno sólo dicen que el corredor de la muerte de Estados Unidos tiene el doble de negros que de blancos, en Cuba ocurre lo mismo. La mayoría de los cien mil condenados a prisión son jóvenes negros, algo que no refleja la composición demográfica del país. Además, son muchos los negros que han sido fusilados.

Sobre este tema, la madrina Conga me dice que los negros, en realidad, no han tenido mucha suerte bajo el régimen de Fidel Castro. En primer lugar, señala que no formaron parte del Ejército Rebelde que luchó contra el dictador Batista. En segundo lugar, durante más de 30 años, por la intransigencia del gobierno, se les prohibió profesar su religión, la de sus padres y abuelos. Tenían que hacerlo a escondidas. En tercer lugar, se quedaron rezagados. Ella no puede explicar por qué, pero asegura que se quedaron atrás socialmente. 

-Y mire si es así -me dice-, que en la alta política sólo hay uno, o dos. Nada más.
La madrina Conga vive en Centro Habana, en una calle considerada por la policía como de alta peligrosidad. Muchos de sus ahijados son mal vistos por esa policía y ella lo sabe. 

-No son fáciles. Son muchachos rebeldes, que se sienten marginados por el color de su piel, acostumbrados a buscarse la vida a diario, y sobre todo, saben que carecen de buena suerte. Cuando se sientan frente a mí parecen niños y yo los aconsejo como si lo fueran. Todavía no tienen suerte. No sé por qué. 

 

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