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17 de diciembre de 2008
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Volverse loco

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) – Sucedió en el barrio Sur, en Guantánamo. Los gritos de Leovigilda dieron la vuelta a la manzana. Como es costumbre en Cuba, la gente se agrupó frente a su cuarto del segundo piso, a chismear.

Muerta en llanto, Leovigilda les contó a todos que su esposo Valentín había enloquecido de repente y estaba encerrado en el cuarto, con la niña. La mujer se tiró en el piso, descontrolada. Gritaba:

-¡Valentín tiene a la niña y se la quiere llevar!

Cuando llegó el carro patrullero, el teniente la apartó del grupo. Entre sollozos, Leovigilda le contó que su esposo era un buen hombre y un padre magnífico, pero enloqueció de pronto. 

Los vecinos seguían llegando, y ya era una concentración lo que había en la calle.  Aparecieron otros dos carros patrulleros y una ambulancia del hospital psiquiátrico. De uno de los autos se bajó un coronel que se hizo cargo de la situación. Habló con Leovigilda y le sacó más detalles de la locura repentina del marido: Valentín había sido despedido del trabajo y estaba desesperado.

El coronel regresó junto a la multitud que miraba hacia una ventana entreabierta, donde asomaban de vez en cuando los ojos desorbitados de Valentín. El coronel habló en voz alta, para que lo escucharan en el cuarto:

-¡Aquí lo importante es la niña...! ¡La niña es lo importanteeeeee...!

Dio instrucciones a un policía para que escalara hasta el alero y mirara por la ventana.

El agente trepó con agilidad, se desplazó con cuidado por el alero y cuando se iba a asomar en la ventana, aparecieron los ojos desorbitados de Valentín. El agente trastabilló y su cuerpo fue a dar a la calle. Al rato regresó con una pierna enyesada. La situación continuaba igual.

Los chismosos de la multitud corrían la bola sobra las causas de la locura de Valentín: impotencia sexual, adulterio, el despido del trabajo y la crisis actual que imposibilita a los padres llevar una vida normal; todo mezclado. Un atrevido dijo en voz alta que como estaban las cosas a cualquiera se le “volaba la chaveta”.

El coronel dijo que tendrían que utilizar la fuerza. Leovigilda empezó a gritar.  gritar:

-¡La fuerza nooooo..! ¡Valentín, coño, mi´jo, baja y dame la niña!

La ventana se abrió de par en par y apareció el hombre con la niña dormida en sus brazos. Luego abrió la puerta y bajó lentamente.

-¡Ay Valentín, mira el lío que has formado con tu locura...!

-No es locura, Leo, no aguanto más. Ven conmigo y con la niña, vamos a meternos en la base (Naval de Guantanamo).

Aunque habló en voz baja, el coronel escuchó sus palabras. Lo montaron en la ambulancia y se lo llevaron custodiado por los carros patrulleros.

Era la primera vez que en el barrio Sur, en Guantánamo, que alguien enloquecía de repente y en público. Cuando todo acabó, un vació profundo se instaló en la calle.  Leovigilda y la niña entraron en el cuarto; todavía la presencia del esposo y su derrota ciudadana parecía vagar por los alrededores, abrazado a la idea de cruzar el perímetro minado que dividía  los dos países, y penetrar con una recién nacida en el campamento militar norteamericano.

 

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