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5 de diciembre de 2008
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El breve paso

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, 5 de diciembre (www.cubanet.org) - Primero agarran a un mentiroso que a un cojo, pero antes que al mentiroso, agarran al simplón. Debieran saberlo los que insisten en propagar ese bulo según el cual la disidencia interna y las organizaciones opositoras al régimen de Cuba no poseen vigor político, razón por lo que no se debe esperar nada de ellas.

El tema vuelve a ser removido por estos días, a propósito de la visita que, según anuncios, traerá pronto a nuestra isla a la presidenta chilena Michelle Bachelet.

Otra vez colisionan los criterios. Unos dicen que durante la realización de esta visita, como único Bachelet no pondría en evidencia su vocación democrática y su respeto hacia el pueblo cubano, es si accede a reunirse con los opositores. Otros reponen que si lo hiciera, no conseguiría más que cerrar las puertas al entendimiento oficial, eliminando de entrada sus ya escasas posibilidades de influir positivamente con el régimen en nuestro beneficio.

El simplismo y la cojera mental de este último reparo no significan que carezcan de cierta lógica. Pero es sin duda la lógica del desalmado. Aplicada en anteriores visitas por otros gobernantes latinoamericanos de inclinación izquierdista, y dicen que democrática. Y sobre todo llevada a su colmo por más de un líder de Europa, que tienden a pasar por alto y a ver como cuestiones propias de nuestro folclore -inaceptables e inimaginables en sus predios-, las barbaridades que a ellos mismos les impone, como anfitrión, el régimen de aquí.    

Quizá tal proyección no sea lo peor, aún cuando incluyamos su trasfondo de oportunismo político y económico. La cojera mental que la sustenta da cauce a otra teoría (en esencia es parte de la misma teoría, sólo que su parte más dañina) que asegura que hoy cualquier cambio positivo para Cuba deberá proceder del propio régimen, ya que las fuerzas opositoras de aquí no cuentan, ni tienen perspectivas de contar en un futuro a corto o mediano plazos.

No basta con que nuestra sociedad civil se haya estado organizando, lentamente pero en forma inequívoca y firme, para enfrentar la tiranía. No basta con el arrojo y la verticalidad de propósitos que han demostrado sus representaciones, actuando en contra y a pesar de toda represión abierta y de las calumnias y múltiples manipulaciones del poder totalitario, que es como Dios en estas tierras. Ni siquiera basta que sean reconocidas al nivel de todo el mundo las numerosas razones que hoy nos asisten a los cubanos para disentir. 

Invalidar el peso de nuestra oposición política interna, y además, hacerlo a priori, sin concederles a sus miembros por lo menos el derecho a mostrarse mediante lo que buscan y cómo lo buscan y para qué y por qué vías, equivale a negar indolentemente la legitimidad de su causa. También es un modo, otro, de perpetuar el círculo vicioso, tan conveniente al régimen, que reza: la oposición no tiene vigor político, nadie la reconoce ni confía en ella fuera de Cuba; y si nadie la reconoce ni confía en ella, entonces carece de vigor político.

Por supuesto, que ningún extranjero está en la obligación, ni en el derecho, de hacer por nosotros lo que sólo a nosotros corresponde. Este es otro asunto. Se trata apenas de identificar el breve paso que media entre la actitud del observador imparcial y presumiblemente honrado, y la del cómplice vil.

 

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