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4 de diciembre de 2008
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La tierra prometida

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Las violaciones de las leyes por parte de los que legislan y son los encargados de defenderlas, tienen aires de pandemia en la actualidad. Son tantas y tan cotidianas que se atropellan, matan, o te envían para un centro de sanidad mental.

De nada vale escudarse en el cacareo promocional de la legalidad socialista, los muy aburridos eslóganes radiales y televisivos sobre el derecho a exigir, o las numerosas páginas que reflejan las quejas de la ciudadanía si nunca se encuentra una solución.

Por eso, para que Francisco Blanco alcance la tierra prometida -un terreno de su propiedad en Holguín-, tendrá que armar una cruzada fuera de la ley.

Sin embargo, no es fácil para una persona de 70 años patear a un delegado del Poder Popular que viola sus derechos impunemente, y mucho menos deshacer las malas intenciones o el negocio turbio de quienes dirigen la planificación física en Holguín.

Y ni hablar de perseguir machete en mano entre los baches del sur y del norte de la  ciudad a los responsables de la protección del suelo, si vieron impasibles derribar siete caobas y desbaratar 200 metros de cercas perimetrales, amén de sustraer la capa vegetal.

Es decir, el delegado del Poder Popular es el bárbaro, quien impone su ley del más fuerte sin importar que  Francisco tenga en su poder, desde el 6 de agosto de 2006, la Resolución 553 del delegado territorial del Ministerio de la Agricultura , que lo autoriza a construir una vivienda con esfuerzo propio en el terreno de su propiedad.

Pero el delegado, no. Él quiere construir en tierra ajena un campo de béisbol, sin importarle un pepino que Don Francisco ya no pueda batear, correr de tercera a home, y sólo aspire a tirarle al tercer strike sentado en el portal o esperando un acto de magia en el comedor de su soñada vivienda.

Si el delegado quiere jugar béisbol, que lo haga en el patio de su casa, o en el de la prisión Cuba Sí, en Holguín, a la que habrá enviado a decenas de ciudadanos por vender mangos y aguacates.

Pero que no hay peor astilla que la del propio palo, lo saben millones de franciscos que, a lo largo y ancho de la Isla reclaman, exigen, forcejean y mueren desamparados en medio de la tierra prometida.

 

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