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1 de diciembre de 2008
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Postal turística

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Cada mañana, decenas de niños con uniforme escolar y pañoleta son llevados por sus educadores para que realicen ejercicios físicos o para que jueguen a sus anchas en el paseo habanero de El Prado, mientras los turistas se recrean observándolos y fotografiándolos.

El cuadro no deja de resultar bonito, en apariencia situado a una distancia galáctica del desfile de zombis, jineteras, gatos, alcohólicos y navajeros que deambulan por ese mismo sitio en horas avanzadas de la noche.

Cualquiera diría que El Prado, según sea visto, con la claridad del sol o bajo luz de las farolas, es como un electrón descarriado que busca su átomo entre órbitas opuestas. Pero no hay que confiarse en lo que ven los ojos.

Ni los marginales campean tan fuera de control como pretenden, ni el cuadro de los niños es igual de enternecedor en el trasfondo, donde oculta más de lo que muestra. 

Tal vez esos inocentes escolares, sin que ellos lo sepan, están cumpliendo una tarea partidista, la primera de una interminable cadena: posar para la foto. 

De hecho, El Prado no es en realidad un buen lugar para que los profesores de educación física impartan sus clases, constantemente interrumpidas por el paso de los transeúntes. Y es difícil de aceptar la excusa de que no disponen de otros sitios, pues entre las muchas carencias que sufren las escuelas de la zona, no alinean los espacios adecuados y seguros al aire libre.

Más comprensible resulta el supuesto de que ese paseo, de muy particular flujo turístico, está siendo utilizado como escenario para que los fósiles del progresismo europeo dejen registrada en sus cámaras fotográficas –intención publicitaria de por medio- la alegría y la envidiable libertad en medio de las cuales juega, aprende, se divierte y crece nuestro hombre nuevo.

No habría que volver a machacar con la consabida historia de la enseñanza dogmática y doctrinaria que reciben esos escolares desde las primeras edades, ni con el rasero de doble moral conque (por influjo inductivo) aprenden a medir cada uno de sus pasos, actitudes, palabras, proyecciones en público.

Bastaría apenas con echar al viento nuestra amarga certeza de que en caso de que fuesen verdaderamente libres, esos juegos y ejercicios que cada mañana ejecutan los niños de El Prado, pastoreados por sus educadores, van a estar entre las muy pocas libertades que se les permitan a lo largo de sus vidas. 

 

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