HISTORIA
Una aventura peligrosa
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba - Mayo (www.cubanet.org) - En
Islas en el Golfo, Ernest Hemingway noveló
sus hazañas bélico recreativas sobre
la caza de submarinos alemanes en las aguas del
Caribe. La "factoría de maleantes"
liderada por el escritor yanqui estuvo integrada
por el "cura rojo" Andrés Untzain,
el pelotari Félix Areito y otros vascos
y cubanos como Juan Durañona, Pachi Ibarlucea,
Paco Garay y el inseparable Gregorio, capitán
y cocinero del yate "Pilar", camuflado
entonces como embarcación científica
pero repleto de armas, toneles de ron y manjares
diversos para compensar las aventuras de los extravagantes
personajes.
Pero la realidad superaba a los planes fantásticos
del autor de El viejo y el mar. En diciembre de
1941, el parlamento cubano declaró el estado
de guerra contra el imperio japonés, el
Reich alemán y el reino de Italia. El ataque
nipón a la base naval estadounidense de
Pearl Harbor, en Hawai, fue el antecedente de
esta declaración, la cual atrajo a los
submarinos nazis a las costas del Caribe, donde
torpedearon a los mercantes "Santiago de
Cuba", "Manzanillo", "Nicolás
Cuneo", "24 de febrero", "Mambí"
y "Libertad". Hubo 78 marinos muertos
y una veintena de desaparecidos en nuestras aguas.
La Isla estuvo en pie de guerra. Los alemanes
jugaban al duro. La caza de sus espías
e informantes provocó equívocos
que revelaron la atmósfera de incertidumbre.
En Baracoa fue arrestado y acusado de espionaje
el medico ingles Hubert Lewis Clifford Noel. Declararon
en su defensa el escritor Gerardo Castellanos
y el cónsul Mr. Wilson. El fiscal retiró
la acusación el 21 de agosto de 1942.
Ese día fue arrestado en La Habana por
el Servicio de Actividades Enemigas un alemán
que tiraba fotos y poseía una brújula.
Se llamaba Víctor Ernst Israel Meyer; tenía
46 años y era un judío de Berlín
que odiaba a los nazis y residía en una
humilde habitación interior de la calle
Águila.
Hubo otra inculpación de espionaje contra
un alemán sin brújula ni lupa: Eric
Wishman, quien vivía con su esposa y la
hija de ambos en Isla de Pinos, donde resultó
sospechoso de ser quintacolumnista, pues la señora
Irene Rodríguez atestiguó a la prensa
haberle escuchado decir: "en breve vendrán
los submarinos alemanes a bombardear el presidio
y el campo de concentración".
El delirio en relación a los submarinos
alemanes y a sus espías en tierra cubana
tuvo otra victima inusual, cuyos descendientes
corroboran aún la tragicomedia de aquellos
días de euforia enemiga. Se trata del cura
exiliado Juan Miguel Aranguren y Mendizábal,
el cual vino huyendo del franquismo en 1937 y
ejercía en la iglesia de Quivicán,
a pesar de la ojeriza de la elite católica
que lo tildaba de comunista por sus arengas contra
el caudillo español.
El padre Aranguren sentía gran atracción
por la naturaleza, cosa habitual en un vasco de
gran cultura y porte atlético. Su amor
por los bosques y la Geología lo condujo
a la Sierra Maestra y a lugares intrincados de
Santiago de Cuba, el Cobre, Bayamo y Manzanillo.
De regreso a La Habana fue acusado de espía
por uno de los viajeros del ferrocarril. La policía
le ocupó "mapas secretos", "apuntes
cifrados" y varios cheques del Banco de Comercio
y de la Caja Postal de Ahorros. Aunque la prensa
se hizo eco del equivoco, el "cura apócrifo"
fue liberado un día después de su
detención, el 22 de agosto de 1942.
El sacerdote de referencia fue tío del
actual obispo de Holguín, Emilio Aranguren
y Echeverría, a cuyo hermano, el ingeniero
Daniel Aranguren Echeverría, debo el testimonio
citado. Ambos son hijos de un hermano de Juan
Miguel establecido en Santa Clara.
Hubo, por supuesto, un espía verdadero
que justifica los gastos estatales y la euforia
colectiva de la Cuba de entonces. Me refiero al
alemán Heinz August Kunning, detenido el
5 de septiembre de 1942 en la calle Teniente Rey
número 366, y fusilado dos meses después
en el Castillo del Príncipe. El espía
nazi había llegado de España el
año anterior con el nombre de Enrique Augusto
Lunin, un supuesto comerciante hondureño.
Informaba sobre los movimientos del puerto habanero,
la producción de azúcar y minerales
y sobre la situación social y política
de la Isla.
Hemos de suponer que las prostitutas y los marineros
borrachos que le informaban a Lunin sobre la entrada
y la salida de los buques no conocieran los movimientos
del yate "Pilar", cuyo propietario se
reunía con sus compañeros de aventuras
en la finca Vigía; calentaban los motores
en el bar Floridita y zarpaban de Cojímar
con sus sueños bélicos y las copas
a prueba de bala. De haberlo sabido, tal vez Hemingway
no hubiera recibido el Premio Nobel de Literatura,
ni el Museo de La Habana que lleva su nombre mitificara
sus andanzas caribeñas contra los submarinos
nazis.
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